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Columna
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La apuesta de riesgo de Turquía

Turquía continúa negociando con el Fondo Monetario Internacional por un acuerdo de rescate. Incluso para un Gobierno que prospera con políticas arriesgadas, la reticencia a firmar parece un suicidio económico. El mercado piensa lo mismo. Meses de incertidumbre han llevado a la Bolsa y a la lira turca a nuevos mínimos. Pero es un poco menos complicado.

La historia en Estambul es que Recep Tayyip Erdogan, el primer ministro del país, piensa que al FMI se le puede convencer para prorrogar un préstamo en términos más favorables. La posición geopolítica de Turquía es demasiado importante.

La crisis del país es bastante clara. La economía se está ralentizando a un ritmo récord. La tasa de desempleo alcanzó el 12% en enero, mientras los bienes manufacturados cayeron al máximo de 23 años.

Los inversores temen que Turquía pueda conseguir fácilmente ser arrastrado por el tsunami del este europeo. Los altos requerimientos de financiación externa de Turquía, el déficit por cuenta corriente y la confianza en la inversión directa extranjera convierten a la lira en extremadamente vulnerable a los shocks externos. Y la recesión está dañando la popularidad del Gobierno encabezado por el Partido Justicia y Desarrollo (AKP), proclive a proteger a los inversores.

Pero Erdogan tiene razón al pensar que Occidente quiere mantener Turquía a flote y a AKP en el poder. Especialmente EE UU. La nueva secretaria de Estado, Hillary Clinton, visitó Turquía esta semana. Y pronto le seguirá el presidente Obama en ésta su primera visita a un país con una mayoría de población musulmana. Visto desde Washington, la tradicional amistad de Turquía con EE UU, la agenda de reforma del AKP y su modelo de una democracia en Oriente Próximo fue siempre atractiva. El plan de EE UU de abandonar Irak, la deteriorada situación en Pakistán y las ambiciones nucleares de Irán le han hecho parecer indispensable.

Así, el FMI está probablemente dispuesto a dar a Erdogan un préstamo que le otorgue algún margen de maniobra para que lo emplee en la salida de la recesión. Se espera que el acuerdo se materialice tras las elecciones municipales de este mes. Esto cerrará algo el déficit de financiación externa del país, de 30.000 millones de dólares, y proporcionará apoyo psicológico para los mercados.

Pero los costes del extravagante comportamiento del Gobierno se pagarán finalmente. Si Turquía tira por la ventana la disciplina fiscal ahora, sus expectativas de crecimiento a largo plazo se verán disminuidas. Incluso sin volver a los oscuros días de una inflación ingobernable, el país debería evitar un gasto irresponsable.

Constantine Courcoulas

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