PIGS
Los países del sur de Europa, Portugal, Italia, Grecia y España, forman en inglés las siglas PIGS, que se traduce al castellano como el plural de cerdo. Cuando en 1991 se firmó el Tratado de Maastricht en el que se sentaban las bases para el nacimiento del euro, la superestructura financiera de la City de Londres entró en pánico. Londres es el centro neurálgico del mercado de divisas y la desaparición de 12 monedas le supondría una importante merma de sus ingresos. Para evitarlo crearon centros de debates y grupos de presión que comenzaron por desprestigiar a la nueva moneda ya que, si los cerdos entraban en ella, sería una moneda débil, algo que aterraba a la sociedad alemana.
La estrategia tuvo éxito y generó muchos problemas para el nacimiento del euro. Financial Times y The Economist hicieron suyo el debate y se encargaron de difundir el temor a que los cerdos entraran en el euro. A los cerdos nos costó mucho dinero, por aumento de las primas de riesgo, y con ese trasvase de rentas acabamos más que pagando el coste de los centros de debates y los grupos de presión, por lo que, aunque el euro salió adelante, al menos sirvió para hacer negocio.
Diez años después, desde Londres vuelven a cargar las tintas contra los cerdos, incluyendo en el grupo a Irlanda. El Reino Unido optó unilateralmente por no entrar en el euro y seguramente es la economía que más va a sufrir los efectos de la crisis financiera y, por ello, necesitan justificar que quedarse fuera del euro no fue un error histórico. La City se enfrenta a una brutal reconversión y la banca de inversión busca nuevos negocios, antes de pasar los lunes al sol. Las cabeceras británicas ven el futuro con temor y vuelven a comprobar que el cerdo vende.
Ahora el argumento es que dentro del euro no se puede devaluar y que los cerdos sufrirán una severa crisis por sus elevados déficits por cuenta corriente, lo cual empeora sus perspectivas fiscales y aumenta el riesgo de impago de su deuda externa. Esto explica el fuerte aumento de las primas de riesgo de los activos de los cerdos en relación a los alemanes.
De nuevo, el argumento tiene lógica, está teniendo éxito, tendrá un coste elevado y la City volverá a obtener ganancias, pero ahora no sólo pagarán los cerdos. El nacimiento del euro eliminó el riesgo cambiario, numerosas barreras y costes de transacción y se ha producido un fenómeno muy intenso de apertura financiera en Europa. La economía germana, enferma tras la unificación y embarcada en un preocupante proceso de envejecimiento de población, ha sido uno de los grandes graneros de ahorro mundial y un ávido demandante de activos, principalmente provenientes de los cerdos.
Los alemanes, temerosos por el futuro de sus pensiones públicas, decidieron depositar su ahorro en planes de pensiones privados y tienen en sus carteras mucha posición de países periféricos, especialmente activos titulizados. Las presiones especulativas sobre los cerdos provocan minusvalías en sus carteras, lo cual reduce su renta futura, contrae su consumo presente y mantiene a la locomotora europea gripada.
La banca alemana, sin demanda de crédito, buscó su negocio en la banca de activos y también está cargada de papel de los cerdos. Cada vez que estos activos pierden valor, los bancos alemanes sufren minusvalías en sus carteras y el Gobierno Merkel tiene que inyectar capital para evitar el riesgo sistémico.
España es el menos cerdo de todos, atendiendo a las primas de riesgo que tienen que pagar nuestros activos sobre los alemanes, pero somos el país que más ha aumentado sus pasivos exteriores, por lo que los efectos son las más elevados, tanto para las rentas que los españoles tendremos que transferir al exterior como por el efecto que tendrá sobre la riqueza de los ahorradores alemanes y sobre la solvencia del sistema bancario europeo.
Por supuesto que hay condiciones objetivas para que nuestros activos paguen un mayor diferencial contra los alemanes, pero todo tiene un límite. La Caixa, uno de nuestros buques insignia, con un rating AA-, un ratio de capital y reservas próximo al 9%, la morosidad cercana al 2% y con aval del Estado con AA+, ha pagado recientemente euríbor +0,8% por una emisión a tres años. En un momento en el que muchos de sus competidores europeos están al borde de la quiebra y salvados in extremis por sus Gobiernos, el coste de la emisión sólo se puede explicar si tenemos en cuenta que pertenece a un país cerdo.
Los españoles, por nuestro aislacionismo y retraso histórico, seguimos teniendo cierto complejo de inferioridad hacia el exterior y las críticas despiadadas están minando nuestra confianza. Cualquier noticia publicada en las principales cabeceras internacionales se filtra inmediatamente a las redacciones de nuestros periódicos y acaba teniendo una enorme influencia en la opinión pública.
Comenzamos a asimilar que nuestros males son fruto de nuestros pecados cometidos y los asumimos como una penitencia divina. Ahora nos acusan de no haber hecho reformas, ni haber hecho nada para frenar el boom inmobiliario. Las reformas tenemos que hacerlas para seguir aumentando nuestra renta por habitante, pero el boom inmobiliario y nuestro déficit por cuenta corriente ha sido un fenómeno monetario y sólo se podría haber evitado no entrando en el euro.
Cuando la demanda interna en términos nominales crece a tasas de dos dígitos y el BCE mantiene los tipos al 2% es imposible articular políticas económicas que impidan que la economía crezca desequilibradamente, que aumente nuestro diferencial de inflación, que perdamos competitividad y que acumulemos un elevado déficit por cuenta corriente. Las familias y empresas españolas aumentaron su endeudamiento racionalmente, atendiendo a la teoría económica, y lo único que tenemos que hacer es demostrar que pagaremos nuestras deudas, pero no merecemos ninguna penitencia.
El crédito internacional es un bien escaso, hay una lucha fratricida por conseguirlo en los mercados de capitales y algunos quieren dejar fuera a los cerdos. Yo tengo claro que la campaña supera la racionalidad económica y que la probabilidad de que un país de la eurozona incumpla sus compromisos de deuda externa se aproxima a cero. Por lo que a mi condición de economista se une la de español y convencido europeísta y he decidido tomar parte activa en este conflicto para defender la teoría económica, la integración europea y los intereses españoles.
José C. Díez. Economista jefe de Intermoney