El gato al agua y el pescado vendido
Existe un universo de inversiones potencialmente atractivas al que los gestores han echado el ojo, aunque aún no se han atrevido a tirarle los tejos. Son activos cuyo mercado ha quedado roto con la crisis de crédito y de liquidez, y que reflejan precios en el mercado que no se corresponden, ni de lejos, con su valor real. Más que nada, porque en muchos casos los vendedores de estos activos piden precios a las contrapartes y lo que reciben por respuesta es el eco de su petición.
Los analistas, los gestores, los asesores... luchan en estos días contra la negación de la racionalidad, contra el instinto de supervivencia, de salvar los muebles a toda costa aunque buena parte de ellos haya quedado inutilizable por la subida de las aguas.
Así, mientras en la búsqueda desesperada de liquidez los inversores deshacen posiciones a coste de asumir minusvalías, hay un colectivo paciente que está identificando oportunidades, gangas que algún día dejarán de serlo, para solaz de los que han visto la oportunidad en primer término y desesperación de los que seguirán la corriente y habrán entrado tarde.
Mucho se habla en estos días de la renta fija privada. Se trata de un activo de potencial indiscutible, especialmente en aquellos tramos de máxima solvencia. Existen compañías de la máxima calificación crediticia que se están viendo obligadas a financiarse a tipos de interés muy superiores a los que debieran por su condición de solvencia (en condiciones normales, claro).
Y ahí es donde aparecen las oportunidades. Pero como en toda inversión, será el primero que arriesgue, el que dé el primer paso y sacrifique la ganancia primigenia, el que salga fortalecido. Porque para cuando el grueso del potencial de este activo se haya consumido, será entonces cuando se convertirá en una inversión de moda, y las entidades lanzarán carteras llamadas a beneficiarse de un activo a punto de agotarse. Y para entonces unos se habrán llevado el gato al agua y todo el pescado estará vendido.