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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Obama, el realismo y las expectativas

Las previsiones para el presente año no permiten mucho margen para el optimismo. Las tres principales áreas de actividad económica -Estados Unidos, Japón y Europa- están en recesión, los mercados financieros siguen sin liberar el crédito que necesitan empresas y familias, el riesgo de deflación es cada vez mayor y el paro está creciendo en todo el mundo a ritmos alarmantes. Ante tal panorama, la toma de posesión por Barack Obama como presidente de Estados Unidos el próximo martes se ha convertido en la gran esperanza para la economía estadounidense y, por extensión, la mundial.

La victoria electoral el pasado 4 de noviembre ha abierto importantes expectativas. Estados Unidos apostó por el cambio y puso fin a la etapa republicana de George W. Bush, cuyo índice de popularidad ha batido récords a la baja. La falta de liderazgo de la primera potencia mundial -agravada por los desmanes financieros en los que han incurrido, que han desencadenado una de las peores crisis de la historia económica reciente- se había convertido en un impedimento para articular soluciones globales. La llegada de Obama debe venir a suplir esa deficiencia, lo que justifica por sí sólo el optimismo que ha despertado el joven presidente demócrata. Sin embargo, quizá las expectativas se hayan desbordado.

Dentro y fuera de Estados Unidos se considera que el nuevo dirigente va a afrontar, y solucionar, los males más diversos que atenazan a la humanidad. Las peticiones, como cartas a los Reyes Magos, llegan estos días hasta niveles preocupantes. Los economistas confían en que el tirón Obama -apoyado en su plan de estímulo- devolverá la confianza a los consumidores estadounidenses; los ambientalistas esperan un vuelco radical en su política energética que favorezca la lucha contra el cambio climático; los proteccionistas están seguros de que acometerá reformas legislativas para controlar más directamente el sistema financiero, y los más liberales creen que se dinamizará la innovación bancaria. Incluso hay quienes defienden que Obama reconducirá la ética empresarial, eclipsada los últimos años por una codicia desmesurada. Y a nivel geopolítico muchas cancillerías -incluida la española- han descontado que Estados Unidos ejercerá su liderazgo con un espíritu más dialogante. Mucha tarea para un solo hombre.

Obviamente, mientras más esperanzas se depositen en la nueva presidencia de Estados Unidos, más riesgos hay de caer en frustraciones. Pero el optimismo que ha inyectado el primer presidente negro de la historia de Estados Unidos es, por encima de todo, un elemento inestimable que puede multiplicar el efecto de cualquier medida que adopte en sus primeras semanas de mandato. El peligro es que, por la misma razón, cualquier retraso o tropiezo puede ser magnificado y dar paso a una desazón igualmente desproporcionada. Es de esperar que el nuevo presidente de la economía más rica de la tierra sepa medir bien los tiempos, para que la ilusión que ha despertado se torne en la tan necesaria confianza. Para ello es necesario que se noten mejoras en plazos razonables. Aprobar y aplicar su plan multimillonario de estímulo a la economía en un tiempo razonable será la primera prueba de fuego.

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