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Tribuna
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Me gusta cuando callas

Dice mi amigo Jerónimo, coleccionista de cosas raras y aficionado al debate filosófico, que está investigando las profundas razones por las que, en tiempos navideños, nadie habla de crisis, aunque haberla hayla, y gorda, aunque no lo parezca. A punto de que llegase Papá Noel, extraño vicario de los inigualables Reyes Magos, los medios recogían ya pocas noticias sobre la crisis que nos acogota desde hace año y medio.

Los políticos callaban, seguramente porque, a pesar de la que está cayendo (o precisamente por eso), ya estaban pensando en sus vacaciones y en coger aliento para la naciente era Obama, la crisis del Medio Oriente, las rebajas, que siempre dan mucho de sí, la financiación autonómica y los tres procesos electorales que nos acechan a los españoles hasta junio. Los pancomentaristas de prensa, radio y TV, es decir, los tertulianos que opinan y polemizan sobre cualquier cosa que se les pregunte, simplemente desaparecieron de los medios, aunque antes cumplieron dejando patente su desprecio generalizado hacia el señor Madoff y sus denunciadores hijos. En fin, así es la vida y la propia naturaleza humana. Pase lo que pase, aquí todo el mundo se quita de en medio en verano, Semana Santa (ojo, que está próxima) y Navidad/Año Nuevo.

Excepto unos vecinos míos, de origen chino, aquí no ha trabajado nadie en 15 días. Nadie, salvo el comercio/restauración en determinadas fechas y los orientales, que inauguraron una tienda con pomposo nombre para Nochebuena y han abierto todos los días, y a todas horas, incluido el 1 de enero, cuando Madrid parecía una ciudad profundamente dormida y sin habitantes. Les pregunté cómo se habían atrevido a poner en marcha un súper shop en los tiempos que corren y me dijeron (pónganle en acento correspondiente) que 'si se trabaja, no hay crisis', frase que no sé si es de Confucio o fruto del sentido común. Y ellos se aplican vendiendo artículos de regalo y papelería, comestibles y lo que se tercie. Y dando servicio hasta las 11 y pico de la noche.

Los nacionales, como siempre, hemos puesto el cerrado por vacaciones y nos hemos marchado: al pueblo con la familia, y a esquiar los que saben y pueden; al extranjero si AENA e Iberia han sido generosos y, en todo caso, los que se han quedado se han ido en tromba a inaugurar las rebajas y a llenar los restaurantes y los grandes almacenes. Y encima poniendo cara como rara; hablando de crisis y pidiéndoles a los Reyes Magos salud, dinero y amor, y que, además, no se cumpla en 2009 la letra de aquella seguiriya gitana tan hermosa y profunda: 'A pasar fatigas/estoy ya tan hecho/que las alegrías se me vuelven penas/dentro de mi pecho'.

Luego hablamos de productividad, claro, confundiendo el rábano con las hojas. La complejidad de las modernas organizaciones hace vulnerables a las empresas, cuya fragilidad va a la misma velocidad que su desarrollo. Y tendríamos que cambiar para ser más eficaces y mejores. Por ejemplo:

Para ser más productivos la solución está en nuestras manos: crear estructuras ágiles, orientadas al cliente y al servicio y que estén bien definidas, adecuando las existentes y colocando a cada uno en el lugar que le corresponda y donde mejor sepa y pueda desarrollar su talento, con menos jefes pero no necesariamente con menos empleados.

El reto es que seamos capaces de achatar la empresa, puliendo las aristas del organigrama jerárquico. Deberíamos hacernos más horizontales, menos piramidales, de forma tal que no incrementemos innecesariamente los grados, niveles o categorías y, por consiguiente, las diferencias económicas y las distancias entre el primer ejecutivo y el empleado de primer o segundo escalón.

Tenemos que capacitar a toda la organización y formar a los jefes sin descanso, y no sólo en habilidades. Ellos, sí o sí, son los principales transmisores de la cultura, del conocimiento implícito, del saber hacer de nuestras organizaciones, de la condición humana que nos rodea y, desde el ejemplo, de un comportamiento ético intachable. Al fin y al cabo, un tratado de moral no debe ser una pura teoría, sino, ante todo, un tratado práctico.

Como se inicia 2009 y es tiempo de buenos propósitos, dejemos al menos que se oigan los ecos de los que incumplimos hace un año, o dos, o vaya usted a saber. La cosa es sencilla: no nos escuchamos y, como se dice ahora, hemos perdido la pinza y cada uno va a su bola. Al final, y para evitar la contaminación informativa, siempre nos queda el refugio de Neruda: 'Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:/déjame que me calle con el silencio tuyo'.

Juan José Almagro. Director general de Comunicación y Responsabilidad Social de Mapfre

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