Un país sin precedentes
Viajar estos días por España es hacerlo por un país en crisis, Lo dicen los profetas que no se percataron de los relámpagos hasta que no oyeron los truenos. Y la realidad, esta vez, no les desmiente. Pero mucho más difícil resulta adivinar de qué tipo de crisis se trata y, sobre todo, a qué tipo de país afecta.
A primera vista, por supuesto, la patología parece clara. Una burbuja inmobiliaria cuyo estallido ha coincidido con (o se ha producido por) la crisis crediticia mundial. Pero ese diagnóstico, aunque acertado, puede ser demasiado reduccionista, porque en los últimos 15 años España no sólo se ha dado un atracón de ladrilllos, sino que también se ha transformado política, social y económicamente.
De entrada, cuenta con una población que es un 10% más numerosa que en 1993. A la llegada de inmigrantes se suma la salida del hogar de las mujeres, cuya tasa de actividad se ha duplicado y cuya presencia en la Universidad ya supera a la masculina.
Pero no ha cambiado sólo la estadística demográfica y laboral. El país también ha menguado de tamaño gracias a los miles de kilómetros de autovía y tren de gran velocidad, una poderosa costura de cohesión económica, comercial y personal entre regiones otrora muy distantes. Por ejemplo, más de un emigrante extremeño de segunda generación en el País Vasco o en Madrid se ha arreglado una casa en el pueblo de sus ancestros al que puede acudir en sólo tres o cinco horas de automóvil.
Quien compare la España en crisis de 2008 con la de 1993 encontrará muchas otras diferencias que revelan un país más fuerte económicamente, más cómodo con su propia piel y poco dispuesto a volver atrás. La administración se ha informatizado (y amabilizado) hasta niveles desconocidos en otros países europeos presuntamente más avanzados. Se escucha a REM en el hilo musical de una oficina de Correos y a Bono en la sucursal de una caja rural. En los kioscos se venden coleccionables de rosarios, pero también de películas porno. Los jóvenes pasan mucho menos tiempo en el bar y mucho más ante el ordenador o en el gimnasio. Se sigue hablando alto pero se empieza a apreciar el silencio.
En definitiva, un país sin precedentes. Sumido en una crisis de identidad económica porque afronta una coyuntura de la que ya se había casi olvidado. Pero quizá puede salir de ella con más rapidez de la que auguran los profetas que ahora oyen truenos aunque no caigan relámpagos.