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Columna
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Hoja de ruta en notarías y registros

Ya teníamos otra hoja de ruta. No sé cuántas hemos seguido últimamente. Este eufemismo se alumbró durante las negociaciones entre Arafat y Barak de 2003 para evitar decir que el documento consensuado era un plan de paz, sino un mero plan para llegar a un plan de paz. Pero ha acabado teniendo éxito en la parla mediática política y hoy se habla de hojas de ruta hasta para acometer las reformas de una vivienda. Además de fatigoso por la reiteración, es un término gafado. Todas las hojas de ruta seguidas hasta la fecha, empezando por la primera, han fracasado. En vez de vaporosas feuilles de route, lo que se necesita son mapas inteligibles y proyectos concretos.

Esta última hoja de ruta afectaba a algo tan vital para la estabilidad económica y social como es el sistema de seguridad jurídica preventiva de un país. El nuestro es casi invisible. Se hablaba poco de él, afortunadamente, porque cuando algo funciona ni lo vemos ni lo sentimos. ¿Qué tal su glándula de Bartholin? Pues oiga, ahora que lo pregunta, supongo que está bien porque no tengo ni idea de dónde está. Pues lo mismo sucede con las garantías inmobiliarias. Nadie duda de que su propiedad sea suya realmente y de que pueda demostrarlo en cualquier momento. Si eso estuviera en cuestión, ¡vaya si se hablaría del sistema español!

Sin embargo, la Orden de la Presidencia del Gobierno 2424/2008 debió entender que algo no funcionaba bien porque preveía un grupo de trabajo interministerial que redactase una hoja de ruta para reformar el modelo y señala entre sus objetivos 'evitar duplicidades y solapamientos entre las funciones de notarios y registradores'. O sea, la propuesta ya partía de un discutible axioma: hay duplicidades y solapamientos.

Esta declaración de principios sonaba igual que si un día llegara hasta su trabajo un desconocido y le dijera: 'Oiga, sea lo que sea lo que usted hace, ya lo realiza igual otra persona en la segunda planta. Ahora dígame usted qué demonios hace en realidad y qué podemos hacer para evitar este solapamiento'.

Pues no, con todo respeto, entre las funciones notariales y registrales nunca han existido duplicidades. Reformar por reformar algo que funciona bien supone tanta temeridad como extirpar un órgano que, como no duele, pensamos que no sirve para nada. Afirmar ahora que este sistema está mal diseñado es llamar estúpidos a todos los Gobiernos anteriores que lo crearon y lo mantuvieron, así como a todos las instituciones internacionales que lo están importando con más alegría que otros muchos productos made in Spain.

Más bien parecía que habían tenido eco quienes insinuaban que un doble control de legalidad es un cuello de botella. Pero quienes dicen esto son los que en realidad no quieren someterse a ningún control, los que sostenían hasta hace poco que todo crédito es un activo negociable aunque sea de alto riesgo; los que postulaban mayor flexibilización hipotecaria porque el mercado ya se autorregula. Los que al otro lado del charco ahora reclaman una socialización de las pérdidas y se llaman a andana cuando en el paraíso del libre mercado y la falta de controles previos un famoso bróker pierde miles de millones de dólares y un periódico pone de manifiesto lo sencillo que resulta adquirir con títulos falsos la propiedad del Empire State.

Las hojas de ruta, sin embargo, nacieron destinadas a perderse en el desierto. æpermil;sta también. El plazo ha vencido y parece que el proyecto de reforma ya no es tan urgente ante los problemas que de verdad nos acucian. Parece que será esa mesa de reformas estructurales propuesta por el presidente Zapatero la que aborde el asunto. Es un acierto. Las sutilezas jurídicas y funcionales del sistema exigen una discusión no ideologizada y multipartita.

Pero el proyecto sigue ahí. Si los propios profesionales no son capaces de ponerse de acuerdo para ofrecer a los políticos un modelo coherente, viable y coordinado, será bastante lógico que el diseño final del traje se lo encarguen a aquellos que tanto lo critican porque en realidad pretenden vestirse con él para hacer de su capa un sayo.

José Antonio Miquel Silvestre. Registrador de la Propiedad

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