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Tribuna
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Aviso, perro peligroso

Mi amigo José Antonio, catedrático de Sociología y experto en la materia, dice que la reiteración de malas noticias, de sucesos desagradables -y su eco en los medios de comunicación- puede provocar un efecto perverso en la ciudadanía: la habituación negativa. Nos acostumbramos, por ejemplo, a que cada fin de semana (i-ne-vi-ta-ble-men-te) se produzca un determinado número de víctimas de accidentes de tráfico, y lo que debería ser enervante, la necesidad de hacer algo para minimizar el número de accidentes y de víctimas de la circulación, por repetido semana tras semana, deviene en una actitud pasiva y alienante: acabamos pensando que, hagamos lo que hagamos, y si no hacemos nada también, las víctimas se producirán.

Es el tributo, nos dicen, del progreso, confundiendo los términos y los significados. Y como explica Bauman, y viene al caso, identificando equivocadamente el propio progreso con los atajos, con olvido del siempre necesario trabajo.

A propósito de la crisis, Fermín, empresario y amigo, me ha confesado que ha dejado de leer los periódicos desde hace algún tiempo. Muchos empresarios, muchas empresas que no son multinacionales, tratan de sobrevivir cada día sin necesidad de que les recuerden permanentemente que la cosa está mal, y que puede estar peor; incluso de tirarse por el balcón.

Se ha repetido hasta la saciedad que es la peor crisis desde la segunda gran guerra, que su origen está en productos financieros tóxicos con origen en Estados Unidos, que muchísimos altos ejecutivos (la mayoría norteamericanos) se han mostrado insaciables cuando de retribuciones se habla, que los supervisores lo han hecho mal o no lo han hecho, que la tasa de paro aumenta cada día, que nos estamos haciendo un poco más pobres y que no saldremos de este pozo -o empezaremos a ver luz- hasta bien entrado 2009.

Todo eso se ha dicho, y muchas más cosas. No hay más noticias importantes que las económicas, y seguramente es así, pero todo tiene su medida. Hay un parte cotidiano de crisis y de sus consecuencias. Y el asunto está en que todos los medios de comunicación y los más sesudos comentaristas dicen lo mismo y, además, todos los días.

Sabemos lo que pasa, que hay crisis (aunque algunos no se enteran), pero no tenemos claro lo que nos pasa ni cómo hincar el diente a muchas cuestiones, ni cómo encarar algunos problemas. Con preocupante ceguera, algunas empresas y sus dirigentes se dedicaron a pensar sólo en el corto plazo. Faltaba perspectiva y lo único importante (y hasta estaba bien visto) era enriquecerse a toda costa.

La crisis tiene su origen y hunde sus raíces en una crisis de valores y de normas de conducta, también en el gobierno de las empresas. Y a todos nos corresponde nuestra cuota parte de responsabilidad, por acción o por omisión; y a los que han sido golfos o delincuentes, la cárcel. Y eso no deberíamos olvidarlo.

Y a todos, sin excepción, además de un sentido propósito de enmienda (¡ay!, la naturaleza humana…), nos convendrían unos minutos de reflexión sobre todo este proceso, redefiniendo qué papel tenemos que desempeñar cada quien en el futuro, incluido el Estado que tendrá que concretar sus funciones, su papel y su tamaño, aprender a ser más competitivo y dedicar mayores esfuerzos a garantizar algunas políticas públicas/institucionales: formación y educación, infraestructuras, justicia, sanidad, orden público y, de una vez y para siempre, un sistema financiero fiable, confiable y bien supervisado. Y todos, todos (con los poderes públicos al frente), confabularnos para cambiar lo que haya que cambiar, reformar lo reformable y tener suficientes luces e inspiración para no confundir los imprescindibles y necesarios cambios con las reformas.

Para ponernos las pilas, a lo mejor resulta que hay que hacer un gesto enfático en comunicación, dejando definitivamente sentado que hay crisis gorda y, sabido eso, de una vez, ponernos todos a trabajar para sacar el cuello, recuperar el resuello y poco a poco volver a cauces de crecimiento, resultados, decencia, creación de empleo, valores, transparencia, innovación y competitividad; con el adobo, ahora más que nunca, de un fuerte compromiso social para empresas e instituciones.

Es decir, saber qué pasa y ponernos a trabajar inmediatamente y sin excusas, sin utilizar el cilicio todos los días, porque las heridas ya son muchas y muy profundas, y no hace falta hurgar en ellas ni ponerles sal cada mañana.

El paradigma de la comunicación enfática (y de saber a qué atenerse) está en el cartel que me envía un amigo mexicano. Frente al clásico Aviso. Perro peligroso, al que nadie hace caso, el realista, definitivo y auténtico: Aviso. Perro muy cabrón. ¿Está claro? Pues eso, ¡a la tarea!

Juan José Almagro. Director general de comunicación y responsabilidad social de Mapfre

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