La banda etarra mata el desarrollo
ETA dio ayer, una vez más, muestra de su barbarie y sinrazón al asesinar a tiros al empresario vasco Ignacio Uria, de 71 años, en la localidad guipuzcoana de Azpeitia. Fue un día triste para todos los ciudadanos, que padecemos el chantaje a punta de pistola de la banda criminal. Las repulsas y las muestras de unidad contra esta lacra, por repetidas, nunca serán suficientes y sirven para reiterar a los etarras que su locura sólo les llevará a pudrirse en la cárcel.
Se esperaba una acción criminal tras la reciente detención del dirigente del llamado aparato militar de la banda, conocido como Txeroki, el 17 de noviembre en Francia. Y a pesar de que la empresa de Ignacio Uria, la constructora Altuna y Uria, fue saboteada en marzo del año pasado, el empresario no llevaba escolta y hacía una vida sencilla en su pueblo. Ha sido precisamente la rutina de una vida dedicada al trabajo y a crear riqueza la que, tristemente, le ha convertido en víctima fácil para los que sólo buscan daño y dolor.
Los empresarios vascos han sufrido ya 41 asesinatos a manos de ETA. Dentro de la vesania indiscriminada de los terroristas, es uno de los colectivos más castigados. Además de asesinatos y secuestros, los empresarios son víctimas de extorsiones mafiosas que les han sometido a una doble presión: si no pagan, se enfrentan a la tiranía etarra, y si pagan, colaboran con quienes quieren arruinar el futuro de su país.
Este año se conmemoran los 25 años de fundación de Confebask, la patronal que aglutina a los empresarios vascos. Que su creación sea más reciente que la existencia de ETA da idea de la terrible losa con que han de cargar todos los empresarios y las empresas que intentan crecer en aquel territorio.
Poco importa eso a los asesinos de ETA, cegados por su irracional ansia de destrucción. El asesinato de ayer es un doble símbolo de irracionalidad. Además de ser otro paso de los asesinos hacia su abismo, representa la negación misma del desarrollo económico del País Vasco. La constructora Altuna y Uria estaba en el objetivo de los etarras por el mero hecho de ser una de las adjudicatarias de las obras para el tren de alta velocidad en Euskadi, la conocida como Y vasca, que lo unirá a la red más avanzada del mundo de las comunicaciones por ferrocarril.
En sus cortas miras, los asesinos consideran que acercar Euskadi al resto de España pone en peligro sus aspiraciones independentistas. El tren de alta velocidad es un polo de desarrollo allí donde va, y eso es justo a lo que se opone la banda etarra, al desarrollo, y especialmente del pueblo vasco.
Ni el País Vasco ni el resto de España pueden soportar por más tiempo el cáncer etarra. Los matones han elegido además este momento de dificultades económicas, en el que saben que harán más daño. Con atentados como el de ayer y sus absurdos argumentos, ETA demuestra de nuevo que está a mil años luz de las aspiraciones reales de la mayoría de los conciudadanos. Ninguna razón justificará nunca el asesinato, repugnante y cobarde, que es más doloroso cuando se dirige a quienes día a día trabajan honestamente por construir un país en libertad y progreso, como Ignacio Uria. ETA ha de saber que su único camino es desaparecer.