Contra las colas del paro
La crisis ha destruido 900.000 empleos durante los últimos 12 meses en España. Y el número de parados registrados en las oficinas del Inem roza ya los tres millones (2.989.269 personas), un triste dato que no se alcanzaba desde febrero de 1996. Sólo en dos meses, octubre (192.658 parados) y noviembre (171.243 parados), el desempleo se cebó en 363.901 personas. Malas noticias. Y peor noticia es que nada indica que la solución esté cerca.
Vale que el mercado laboral se esté tragando la burbuja inmobiliaria. Vale que lo del cambio de modelo de crecimiento no se haya puesto en marcha en 14 años de desarrollo tan maravillosos como desperdiciados. Y vale que muchos, empezando por los sindicatos, no hayan previsto soluciones a un problema que crecía sin parar.
Ahora se ven de nuevo las colas del paro, que se alargan por las aceras, como en las anteriores recesiones. ¿Es eso lo que hemos avanzado en 14 años de crecimiento?
Vale que no hayamos sido capaces de mantener el empleo. Vale que la crisis internacional se esté llevando puestos de trabajo por delante en paquetes de miles. Vale que la economía española esté sacando a flote debilidades que la hacen bajar los escalones de tres en tres. Pero hay algo que describe gráficamente lo poco que se ha avanzado en esos casi tres lustros virtuosos: los parados, además de arrostrar su penosa situación, tienen que aguantar la humillación de una ineficiente atención administrativa.
¿Colas de parados por las aceras? Nuestros administradores cuentan con funcionarios y medios suficientes para atender a los ciudadanos con diligencia. Y eso es lo menos que se le puede ofrecer a un parado al que la economía del país no le da trabajo. Los administradores han demostrado que lo saben hacer bien, por ejemplo, en la Agencia Tributaria. Ese organismo, encargado de recaudar tributos, es un modelo de buen funcionamiento, eficacia y aprovechamiento de las nuevas tecnologías.
Los parados tienen derecho, antes que nada, a un trabajo. Pero mientras eso llega merecen un servicio que, por lo menos, sea de este siglo. Aunque sólo sea para que el tiempo que pierden en la cola del paro lo puedan emplear en buscar trabajo o, si es el caso, en crear su propia empresa.