Prudencia y responsabilidad
La crisis financiera desatada en EE UU ha llegado a Europa a la velocidad de la luz, porque en un sistema globalizado no hay diques ni para lo bueno ni para lo malo. Pero sus consecuencias más dramáticas, como la quiebra de grandes bancos considerados fortalezas hace poco, han recalado en el Viejo Continente acompañadas de una peligrosa psicosis que puede multiplicar sus efectos de forma irreparable. Mientras la crisis se ha mantenido en los despachos, estaba controlada, pese a costar parte del patrimonio a los accionistas de reputadas instituciones que han caído en manos de sus competidores a precio de saldo, o que, simplemente, han desparecido.
Pero, cuando ha llegado a la calle y la ciudadanía ha participado con decisiones particulares, ha entrado en una fase mucho más delicada. Las decisiones adoptadas en Europa desde el pasado fin de semana han sido oportunas para rescatar bancos importantes. Pero también han contagiado a la ciudadanía de la sospecha subterránea de que sus ahorros pueden no estar del todo seguros en unas entidades en las que han confiado durante décadas.
Los clientes de la banca en España no deben dejarse contagiar de la desconfianza existente entre los bancos del mundo, que ha llevado a la economía a la situación actual. Es útil disponer de conocimiento e información sobre los sistemas de garantía de los ahorros, pero no lo es dejarse arrastrar por el pesimismo seguidista que practican determinados agentes económicos, políticos o mediáticos, que parecen haber perdido la más elemental de las mesuras.
La banca española ha resistido el acoso de la falta de liquidez durante 14 meses sin menoscabo de su solvencia y credibilidad. Pero, si la desconfianza se inocula en la ciudadanía, bastan pocas horas para poner contra las cuerdas al que en todo el mundo se empieza a reconocer como el sistema financiero mejor gestionado, mejor supervisado, más solvente y más eficiente. Esta semana el debate se ha acalorado con comportamientos irresponsables, algunos protagonizados por instituciones que deben ilustrar sus actos con el sentido común. Frente a ello, prudencia y responsabilidad. No se debe caer en las trampas y rumores interesados, e infundados, que pueden tener un doloroso coste individual y colectivo.
El sólido mecanismo de garantía de los depósitos de los ahorradores es una seña de identidad del sistema financiero español. Ayer la Unión Europea lo reconoció en un documento. El modelo español ha de servir de base para el resto de la zona euro. Un mecanismo capitalizado por los propios bancos y cajas como corresponsables de una gestión prudente del riesgo, y con limitaciones para que desincentive las apuestas aventureras en la captación del ahorro. La medida del Gobierno de Dublín, que ha decidido garantizar sin límite todos los depósitos de los grandes bancos irlandeses, es una peligrosa invitación a la competencia desleal.
Una zona monetaria común como la europea debe disponer de idénticos mecanismos de seguridad, financiados por la banca y no por los contribuyentes. Pero ha de ser paralelo a sistemas de exigencias de capital, de provisiones sobre morosidad y supervisión únicos muy rigurosos. Como los aplicados en España.