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Columna
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Limpiar la economía

La limpieza y regeneración es imprescindible para encarar un futuro mejor a largo plazo, asegura el autor, que analiza lo que de positivo se puede extraer de esta crisis. En su opinión, la economía no se limpiará del todo mientras la avaricia y la opacidad del sistema financiero y de la sociedad no se elimine

En los últimos días se ha generado una cierta polémica por una frase pronunciada por el vicepresidente primero y ministro de Economía, Pedro Solbes, en relación a que la crisis actual podía tener un punto positivo, y es que serviría para limpiar la economía. Sacada de contexto, como así ha sido, parecería que nuestro ministro es una persona insensible e insolidaria, lo cual, para los que le conocemos, resulta obsceno la sola sospecha sobre su falta de compromiso social.

Sin querer interpretar lo que quiso decir, sí me gustaría recoger los argumentos que, como economista, pueden resultar positivos para el conjunto de la sociedad en estos momentos de crisis. Si analizamos qué ha ocurrido en este último periodo alcista, podemos concluir que la historia se ha repetido de forma cíclica. Es decir, hemos asistido a un proceso de especulación financiera, con un elevado grado de apalancamiento sobre un colateral que, en este caso, ha sido el activo inmobiliario por excelencia, la vivienda. Esto, que en otras épocas históricas se llevó a cabo con tulipanes o empresas de tecnología, revela que sólo un sólido sistema de supervisión financiera a nivel internacional, tremendamente transparente, y una regulación estricta pueden mitigar, que no evitar, situaciones como la que estamos viviendo.

En el episodio actual, además, han confluido algunos elementos que han alimentado la espiral crediticia. Por un lado, un exceso de ahorro mundial sin parangón unido a una fase de muy baja inflación de consumo, que no de activos, desconocida para la mayoría de países desarrollados. Junto a esto, una política monetaria expansiva un tanto irresponsable que llevó a los tipos reales en muchas economías, especialmente la española, a niveles negativos. Esta mezcla hizo creer a muchos consumidores que el endeudamiento era prácticamente gratuito y el riesgo nulo, porque los precios de los activos colaterales no paraban de aumentar. Este proceso de rápido endeudamiento sustentado por el sistema financiero internacional, con la colaboración de bancos de inversión, empresas de tasación y agencias de rating, no se pudo, o no se quiso, detener porque en la mayoría de los países no había alternativa. La nula rentabilidad del capital y la volatilidad de la Bolsa apoyaron el desarrollo del mercado de titulización de activos, cuya calidad crediticia era muy dudosa, pero que las agencias de rating tampoco quisieron estropear el festín al que estábamos asistiendo.

En el camino se han quedado muchos proyectos de inversión productiva

Con la banca abusando del monopolio inversor, sin necesidad de hacer ningún esfuerzo en captar pasivo, los balances de muchas instituciones se han ido infectando del virus de la avaricia y codicia de muchos agentes desinformados, que han sido presa fácil de un sistema desalmado y opaco que, como siempre, ahora reclama ayudas de Estado para solucionar y solventar los desmanes anteriores. El problema, como siempre, es que en estas fases quedan atrapados los agentes con menor nivel de renta y son los que, sin duda, hay que ayudar con políticas sociales. El drama es que la reparación de daños, como el caso de EE UU, supone la inyección de ingentes cantidades de fondos públicos, como los casos de Freddie Mac, Fannie Mae o ahora AIG, que restarán, sin duda, posibilidad de apoyar a aquellos que se han quedado sin empleo y cuyos volúmenes de endeudamiento son los más elevados en términos relativos. Sólo por hacernos una idea de la magnitud, la inyección del Tesoro norteamericano en AIG supone el 6% del PIB español.

En el caso de la economía española, los daños son similares, aunque la magnitud es notablemente inferior. La propensión al crédito hipotecario ha sido de las más elevadas en el mundo occidental, aunque la prudencia y supervisión han logrado que la banca encare este proceso con un nivel de provisiones muy elevado. Pero lo que también ha quedado claro es que la alegría crediticia y la selección de algunas inversiones, como el caso de Terra Mítica, han puesto en riesgo a algunas entidades financieras y han mermado la solvencia puntual de las mismas. Si acaso lo más grave es que ahora, en un proceso de sobrerreacción, se ha cerrado el grifo a toda inversión, incluso con garantías. Esta política del péndulo no ayuda a educar financieramente a los agentes y, aunque caigan algunas empresas, no permitirá que la memoria colectiva almacene de forma ordenada y visible los daños colaterales del primitivismo inversor y del monocultivo financiero que ha supuesto apostar por la revalorización especulativa de los activos inmobiliarios. En el camino se han quedado muchos proyectos de inversión productiva y muchas apuestas por la rentabilidad social que supone la formación, entre otras.

En resumen, la economía no se limpiará del todo mientras la avaricia, la opacidad y el dirigismo inversor del sistema financiero, pero también de la propia sociedad, no se elimine. Sin formación y con el único señuelo de la riqueza fácil y rápida, la memoria colectiva reseteará este episodio y volverá caer en lo mismo, eso sí criticando a aquellos que proclaman que la limpieza y regeneración es imprescindible para encarar un futuro mejor a largo plazo.

Alejandro Inurrieta. Concejal del Ayuntamiento de Madrid

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