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Columna
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Soluciones imaginativas

Empiezan a fallar incluso las referencias que parecían mejor cimentadas. Quedan invalidados los cálculos más concienzudos de resistencia de materiales. Los bancos de inversión americanos, que tanto asombro nos producían, se vienen abajo. Sólo la Reserva Federal de Washington en contados casos acude al rescate para evitar su quiebra. Otro tanto sucede con la mayor aseguradora mundial. Estos colosos que parecían estar edificados sobre el dólar están resultando de una fragilidad impensable. Instituciones centenarias, veneradas por los inversores sin distinción de razas ni colores, se derrumban de un día para otro en un ejercicio de cine mudo. Falla de modo estruendoso la megafonía del espectáculo. Nadie comparece para ofrecer al público damnificado alguna explicación, ni tampoco para rogar que disculpen las molestias ocasionadas.

Por parte alguna se ve salir de los elegantes emporios, trastocados de la noche a la mañana en espantosas ruinas, cuerdas de presos donde aparezcan engarzados los directivos responsables de las temeridades y de los fraudes y simulaciones que ahora están pasando factura en forma de quiebras inexorables. Estamos instalados en la costumbre de que, cualquiera que haya sido el perjuicio irrogado a la compañía en la que trabajaba, el alto directivo que abandona de modo amigable recibe su viático al completo, despliega su golden parachute y concluido su aterrizaje suculento repite desafiante aquello de a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga.

El seísmo económico financiero es de tal intensidad que la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), al registrarlo en su reunión del miércoles, se ha lanzado a reclamar 'un paréntesis' en el libre mercado para atajar la crisis. Así que en un arranque de audacia nuestros empresarios, que jamás albergaron dudas sobre a quién correspondían los beneficios de las vacas gordas, se disponen al sacrificio y parecen decididos con toda generosidad a que se abra un paréntesis para que sean las instituciones del Estado las que carguen con las pérdidas hasta que escampe.

Estamos pues en la noche oscura del alma. Nuestros directores espirituales, los que nos confortaban con sus recetas y bálsamos ultraliberales en dosis crecientes, los que sabían encontrar las virtudes de la privatización, de la liberalización, de la desregulación, los que se servían de cualquier ocasión para ensalzar la infinita sabiduría del libre mercado y maldecir las instituciones públicas se han evaporado. Cómo se echa en falta esa seguridad suya para recomendar sin más el aumento de la dosis cuando surgían contradicciones. En definitiva, qué gran momento están perdiendo algunas figuras como Pedro Schwartz, Carlos Rodríguez Braun y demás compañeros de cordada para iluminar a los desconcertados y devolver la fe a quienes se amilanan. Queremos oír a los Chicago's boys, ansiamos recuperar los ecos de Milton Friedman pero, salvo en las ponencias del congreso del PP de Madrid cortadas por el patrón liberal de la presidenta Esperanza Aguirre, sólo se escucha el silencio.

Sólo nos queda releer a Machado para advertir la necedad de confundir valor y precio y regresar a algunos textos esclarecedores como el de Creadores de escasez de nuestro admirado economista de cabecera, el profesor de Salamanca David Anisi. Es del año 1995. Estará descatalogado pero habría que reeditarlo inmediatamente. Recordaríamos así cómo bajo ciertas visiones toda organización es en principio peligrosa para la libertad de comercio y para el bienestar de los pueblos, de modo que el Estado nada debía controlar, dejando a las sabias fuerzas del mercado que establecieran con libertad su magnitud. Además aprenderíamos que todo funcionario es en principio sospechoso, aunque hay excepciones, como los del FMI, los de la OCDE, organizaciones desde donde se difunde esa sospecha. Los partidarios del Estado liberal tratan de imponer su idea de que los derechos económicos derivan exclusivamente de la propiedad. Pero cuando acaece la ruina llaman a los bomberos para que se hagan cargo de las pérdidas. Continuará.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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