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Ciudades del mundo

Ámsterdam, una ciudad sobre el agua

Ámsterdam, con sus canales, su arte y sus 'coffeeshops', confía su carta genética a lo fluvial, a calles hídricas y rincones con aroma a ultramar y espíritu portuario

Ámsterdam
Ámsterdam

Esta Venecia del Norte nació, como su homóloga italiana, sobre un entramado de islas y canales. A diferencia, Ámsterdam parece asentarse con más ligereza; da la impresión de que le pesan menos los años o los turistas, que cada año hunden 23 metros la superficie de la capital del Véneto. No en vano, esta ciudad holandesa se levanta sobre puentes. Los más de 400 pasos, muchos levadizos, sobre los canales salvan Ámsterdam del caos veneciano, con problemas de drenaje, anegamientos y hedores. Por contra, la neerlandesa huele a flores, un producto del que Holanda constituye uno de los principales exportadores del mundo.

Si en el olfato aparece fresca, en su psicología se dibuja libre, cosmopolita, plural. Es la herencia de un pasado intrínsecamente ligado al mar. A su puerto. La ciudad ha sido siempre vía de entrada a Europa de todo tipo de mercaderías traídas de ultramar. Entre éstas, como en todo puerto, se colaban chorros de apertura, conocimiento y arte. Tres símbolos, emblemas de la ciudad, que todavía hoy pueden sentirse desembarcar en el muelle de Sigel, punto de arranque de esta urbe.

Trazada a tiralíneas, Ámsterdam se surca en canal. La gracia de esta ciudad reside en su sistema anfibio, engarzado en docenas de riveras flanqueadas por calzadas que permiten transitarlas, bien sobre algunos de los barcos taxi que los navegan, bien a pie o en bicicleta, dejando el agua a un lado. Varias compañías ofrecen excursiones en estos bateaux mouches a la holandesa (rondvaartboten). Sus puntos de embarque están situados frente a la Centraal Station y a lo largo de las calles Prins Hendrikkade, Damark y Rokin. En uno de lujo, la media hora cuesta alrededor de 40 euros, un precio que sube en función de lo suntuoso del itinerario. Los hay que incluyen vino y aperitivos de queso, una parada en un bar o una cena a la luz de las velas. De las operadoras que los ofertan, Lover ofrece precios más razonables y P. Kooij es la más cara.

La llamada capital de la tolerancia, bandera de vanguardias, insiste en deshacerse de etiquetas

En el centro de este universo acuático terrestre que conforma Ámsterdam se erige la Dam, su plaza mayor. Levantada sobre el río Ámstel, que dio nombre y origen a la ciudad, la Dam, el dique, es su ágora, su mercado. Construida a gran tamaño, se expande con ansiedad, como si quisiera cubrir de adoquín esos regueros. Pero al igual que en los cuentos, de los que Ámsterdam parece un escenario, la realidad barre las apariencias. Sus medidas son fruto de sucesivas demoliciones tras la II Guerra Mundial que le han dado unas proporciones inusuales, y no síntoma de arrogancia.

Porque, pese a todo, Ámsterdam es como un gigantesco pueblo, amigable y políglota. Ancianos y niños, todo holandés, chapurrean algo de inglés. Y, al tiempo, como una enorme urbe, moderna y transgresora. La prostitución está legalizada desde el siglo XVII y se permite vender y consumir cannabis en locales autorizados. El Barrio Rojo, donde las prostitutas se exhiben en escaparates, se ha ganado la etiqueta de atractivo turístico por la particular forma de gestionar el negocio, dicen, más antiguo del mundo. ¿Cómo? A la holandesa, perfectamente regulado y en buena armonía con los ciudadanos. Lo mismo sucede con el consumo y la venta de hachís y marihuana en los coffeeshops. Todo es legal. Al contrario que el alcohol, excluido de las peculiares cartas de estos locales, que no del resto de establecimientos. Destaca el Melow Yelow, situado en el 33 de Vijzelgracht y abierto en 1970, que ha ganado varias veces la Canabis Cup. Toda una referencia.

La ciudad intenta ahora deshacerse de esas etiquetas que durante décadas fueron signo de identidad. En julio entró en vigor la ley del tabaco, que prohíbe fumar este producto en los locales, incluidos los famosos coffeeshops. Además, esta reconvirtiendo su imagen. La remodelación del Rijksmuseum o Museo Nacional de Ámsterdam -obra de los arquitectos españoles Cruz y Ortiz- es un síntoma de la regeneración de una ciudad que busca reencontrarse con su pasado cultural. Encarnan ese legado artistas como Rembrandt, estrella del Rijks, pintores renombrados como Van Gogh, protagonista del museo homónimo, y míticos personajes como Anna Frank. La casa de la autora del famoso diario, en el 297 de Prinsengracht 267, es ya un lugar preferente de peregrinaje para gentes de espíritu pacifista.

Con su carácter sosegado, Ámsterdam es una de esas ciudades que uno añora ya desde antes de despedirse de esas calles de nombres impronunciables, de sus puentes iluminados por bombillas o de los 18 barrios situados a la orilla del Ij. Aquí las distancias son cortas y, excepto las bicicletas -unas 600.000-, el tráfico resulta anecdótico. Tampoco hay forma de perderse. Todos los caminos confluyen en la plaza Dam, afirma un dicho local.

A mano derecha de ésta se alza el Koninklijk Paleis (Palacio Real). Y en el centro mismo de la Dam, el Monumento Nacional, punto de encuentro de la comunidad hippy en los 60. Cuatro décadas después aún destila efluvios de esa época. En verano, las gradas de su monolito -en recuerdo a los caídos en la II Guerra Mundial- se llenan de gente que toma sol, fuma, bebe, charla... De ambos lados de la plaza parten las avenidas Damrak -que desemboca en la Estación Central- y Rokin, verdaderas arterias de referencia. En sus alrededores se eleva la ciudad medieval, un amasijo de calles que concentran tiendas, cafés, museos y monumentos. Avanzando por Rokin, el caminante desemboca en el Bloenmarkt, el archiconocido mercado de las flores. No es barato, pero cuenta con una variedad impresionante de tulipanes y semillas. En esta plazoleta finaliza la Nieuwendijk. Lo que corrobora el dicho popular: cualquier ruta pasa por la Dam.

Al alejarse, Ámsterdam se separa de su médula. Renace con otro aspecto. La ciudad se reinventa en el Zeeburg, una zona en la ribera del Ij. Pese a resultar desconocido para la mayoría de viajeros, el barrio invita a quedarse con una hospitalidad que no conoce de extraños. Sus amables islitas de diseño, un museo en forma de barco -el Nemo de Ciencias-, un puente bermejo que se retuerce como una serpiente y bloques residenciales con forma de ballena. Virguerías arquitectónicas que desafían la gravedad y que devuelven a Ámsterdam a su verdadero oficio: adelantarse a las vanguardias.

Desembarcar en esta ciudad es querer ser moderno. En parte, esa es una de las principales razones para visitarla. Lo bueno es que, para instruirse, Ámsterdam ofrece un sinfín de clases prácticas sin rezagarse de la tradición. Diseño ultra chic en el Jordaan, fachadas seculares en el Sigel, atrevimiento arquitectónico en la isla de Java, carruajes del XVII por la Kalvenstraat... Ámsterdam, a fin de cuentas.

Guía práctica

Cómo irKLM tiene vuelos directos y diarios desde Madrid a Ámsterdam, desde 190 euros i/v. Iberia: vuelos desde Madrid y Barcelona a partir de 230 euros i/v. En tren, pasando por París. Y en autobús, con Eurolines, Enatcar o Starbus.Dónde dormirUna de las principales ventajas de Ámsterdam es que cualquier hotel está a poca distancia de las principales visitas. Para concederse un buen capricho, es recomendable escoger una habitación sobre el agua de alguno de los canales más elegantes: Keizergracht, Singel o Prisengracht. Por contra, si se quiere tranquilidad, resulta mejor alojarse en el Barrio de los Museos o cerca del Vondelpark. Los hoteles se llenan meses antes, particularmente los que están cerca de canales o que tienen algún atractivo especial. En temporada baja (noviembre-marzo) aún es necesario reservar, pero los precios suelen bajar un 25%. El VVV es un centro de reservas (0031205512512, desde fuera de Holanda). Si se quiere lujo, el Amstel International (www.interconti.com) es el hotel más caro.Qué y dónde comerEn su gastronomía se reflejan siglos de colonialismo y una población multicultural. Los colonos holandeses añadieron sus propios platos a los indonesios y el resultado fue el popular rijsttafel, que significa arroz en la mesa. Los últimos años está ganando muchos adeptos la nueva cocina nacional, más innovadora. Hay platos deliciosos como el erwtensoep (una espesa sopa de guisantes), el stamppot (carne guisada), el gerookte paling (anguila ahumada), el harina (arenque crudo), los pannekoeken (tortitas dulces de sabores), los stroopwafels (gofres) y los quesos. La receta más típica es el hutspot, una variedad de quesos. Es muy rentable pedir el dagschotel (plato del día ) o el dagmenu (menú del día).Ocio nocturnoEsta ciudad adora el jazz. Son muchas las salas entre las que escoger, como la legendaria Bimhuis o el Maloe Melo. Tampoco falta el ocio nocturno en sus concurridas discotecas: Mazzo, Club 11 y Escape. En coffeeshops -hay más de 800 en toda Holanda-, el Melow Yelow destaca por antiguo (1970).

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