Hacia la democratización del consumo
Analizar las últimas tres décadas de la historia de la industria y la distribución española supone volver la mirada al pasado para rescatar aquellos hitos que hicieron posible que las antiguas empresas españolas -en las que todo se hacía de forma manual- se convirtiesen en compañías modernas, abiertas a la introducción de las nuevas tecnologías y a novedosos modelos de gestión.
El año 1973 supuso un antes y un después en ese imparable camino hacia la modernización. No en vano, aterrizaba por aquel entonces en nuestro país el hipermercado; un modelo destinado a cambiar los hábitos de consumo de los españoles y a revolucionar no sólo los procesos de compra y venta, sino también el modo en que las empresas operaban internamente.
Sin embargo, el futuro del hipermercado y de la distribución moderna no hubiera sido posible sin la llegada a nuestro país de un sistema de identificación tan simple como innovador: el hoy popular código de barras. Un auténtico impulsor de esa gran transformación que llegó a España de la mano de Aecoc en 1977. Eran tiempos difíciles. Entre 1976 y 1977 la inflación se había disparado desde el 20% al 44% y nuestro país contaba con 900.000 parados, de los que 300.000 percibían subsidio de desempleo.
Las empresas han de dar respuesta a diferentes perfiles de consumidores'
En un escenario tan poco alentador, la industria y la distribución de nuestro país encuentra, en el código de barras, no sólo un auténtico impulsor de la automatización de los procesos, sino un gran aval para el acercamiento y la colaboración entre fabricantes y distribuidores. El embrión, sin duda, de un nuevo modelo de relación que resultaría clave para el crecimiento del sector.
También las décadas de los ochenta y noventa fueron de auténtico cambio tanto para la industria -que entró entonces en una fase de crecimiento internacional y apuesta por la diferenciación tecnológica y la innovación- como para la distribución, que se enfrentó a la llegada de los operadores internacionales desarrollando nuevas prácticas comerciales y centrando sus esfuerzos en la gestión y la profesionalización de sus negocios. Fueron, asimismo, años en los que la proliferación de proyectos transversales propició que fabricantes y distribuidores comenzasen a apostar con decisión por ese nuevo modelo de relación, basada en el trabajo conjunto, que apenas se vislumbraba a finales de los setenta.
No obstante, el gran reto de la industria y la distribución española en las últimas décadas ha sido el de saber transformarse al ritmo que lo hacía la sociedad y el consumidor. Ahora bien, ¿cuál ha sido esa evolución? En términos generales podría decirse que el consumidor se ha vuelto más exigente. Dispone de mayor información y exige cada vez más a los productos y servicios que el mercado pone a su disposición. Además, dispone de poco tiempo y lo que busca son, sobre todo, soluciones que le permitan disfrutar de su tiempo sin renunciar a cuidarse, y establecimientos que se adapten a su estilo de vida (horarios compatibles, parking...).
Por si esto fuera poco, a las empresas ya no nos basta con complacer a un único modelo de consumidor, sino que hay que dar respuesta a los diferentes perfiles de consumidores que estos cambios han propiciado. Los seniors, los hogares monoparentales, los unipersonales piden paso y, como consecuencia de ello, estamos pasando de la compra familiar a la compra individual, de los grandes formatos a las monodosis, del gasto en salud a la denominada salud preventiva y la dieta sana
El consumidor conformista, al que le bastaba cubrir sus necesidades básicas ha evolucionado hacia un consumidor que decide qué quiere comprar, a qué precio, dónde, para qué ocasión Esta última y reciente tendencia es la que ya en estos momentos está dirigiendo buena parte de los cambios de nuestras empresas y la que, sin duda, va a marcar buena parte de su evolución futura.
Y es que en 1985 España contaba con unos 38 millones de habitantes, hoy somos más de 44 millones, la renta per cápita se situaba en torno a los 5.000 dólares, frente a los más de 25.000 dólares de nuestros días (16.500 euros) y Aecoc agrupaba a 1.150 compañías -actualmente cerca de 24.000-. De la tradicional tienda de ultramarinos -o colmado-, en la que las velas colgaban junto a las alpargatas por encima del mostrador, hemos pasado a poder elegir entre gran cantidad de puntos de venta y entre una variadísima oferta de productos de gran calidad, especialmente dirigidos a un consumidor no sólo exigente, sino también segmentado. Un intenso recorrido hacia la democratización del consumo en la que nuestras empresas han jugado un importante papel.
Juan José Guibelalde. Presidente de Aecoc y adjunto a la presidencia del Grupo Campofrío