Derrumbe de la venta de coches
El automóvil vive su particular calvario en plena crisis. Sólo en mayo las ventas han caído un 24% y acumulan un 14% en los cinco primeros meses del año. La caída es tan radical que es lógico que haya saltado la alarma en el sector, aunque la preocupación debería afectar también a las autoridades económicas, ya que se trata de uno de los indicadores adelantados más fiables para conocer el estado del consumo. Y con semejante dato, no apunta nada bueno, aunque es lo que cabía esperar teniendo en cuenta que el actual crecimiento trimestral es el 0,3% (1,2% anualizado) y que en el primer trimestre se han destruido 75.000 puestos de trabajo.
Los vendedores y fabricantes de automóviles han vuelto a demandar medidas fiscales como el plan Prever para reactivar la compra. En su defensa reiteran la antigüedad del parque automovilístico en España, una de las más altas de Europa -el 35% supera los diez años-. Durante años, el sector ha disfrutado de este tipo de medidas y ahora las echan de menos, aunque sería un error pensar que son necesarias para mantener vivo un sector como éste. Además, con una caída del consumo que envuelve a la mayoría de los productos de consumo, especialmente los duraderos, sería una discriminación volver a distinguir a esta actividad frente a otras que lo están pasando tan mal o peor.
El automóvil tiene que resistir con las mismas armas que el resto: calidad, innovación, servicio y precio. Además, los tres últimos años han vendido más de un millón y medio de unidades al año, algo difícil de mantener. Como muestra, en mayo de 2007 en España se vendieron 153.000 vehículos y en Francia (20 millones más de habitantes), 170.000. Todo boom -no sólo el inmobiliario- tiene su final y su coste consiguiente. Por otro lado, caen más los modelos de lujo y los más potentes, precisamente los que se han gravado fiscalmente por motivos medioambientales. Sería contradictorio incentivarlos por otra vía.