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La opinión del experto
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Ese oficio al que no querría dedicarse

Josep Ginesta reflexiona sobre el que considera el oficio más duro. Requiere dedicación, resistencia al fracaso, desplazamientos habituales y no deja margen para el error. Y, por si fuera poco, anda algo desprestigiado

Ese castigo que se ha impuesto a los humanos y que se llama trabajo condiciona nuestras vidas de forma irremediable. Incluso nos corroe el carácter (Richard Sennet en La corrosión del carácter). Y más cuando se desarrolla en parámetros distintos a los que lo habían caracterizado durante décadas. Uno sabe de qué empieza, pero no de qué acabará, y eso condiciona lo que socialmente será.

En la era de la evolución tecnológica, en la de la sociedad de la información y del conocimiento, y en la ya más moderna y de diseño dream society o sociedad emocional, donde los parámetros de decisión están revolucionando las dinámicas sociales (Rolf Jensen), el trabajo y las relaciones laborales no son ajenas a los cambios.

Si dividimos la retribución entre las horas dedicadas, el resultado es, en algunos casos, para echarse a llorar

Toda profesión tiene sus complejidades y penosidades y, lógicamente, las penurias estarán en función de las vivencias de cada uno. Dejen que les cuente, como modesto trabajólogo, cuál es a mi entender uno de los oficios más duros en los últimos tiempos. Aquel que difícilmente prescribiría a mi mejor amigo. Y no por insensato o indecente, por cuanto se trata de un oficio de alto valor moral en la mayoría de los casos y de un servicio público sin el cual no podríamos mantenernos como sociedad.

Es retribuido, por supuesto, sin ello estaríamos hablando de altruismo. Pero convendrán conmigo que la importancia de la retribución está directamente relacionada con el esfuerzo. Con esos parámetros, estaríamos cerca de la generosidad de los que lo desarrollan, porque si dividimos la retribución por el número de horas dedicadas, el resultado es ciertamente pobre, y en casos extremos, para echarse a llorar. Trae consigo notoriedad. Pero la notoriedad condena al sujeto de la misma, consciente o inconscientemente y le obliga al estado de tensión permanente, a tener poco margen para la relajación. A estar siempre conectado a la realidad, que en los últimos tiempos es instantánea. Las reacciones no pueden esperar en un mundo por el que hemos dejado de pasear para pasar a correr a velocidad vertiginosa.

Para muchos de los oficiantes de esta dedicación, su actividad se desarrolla fuera de su zona de residencia la mayor parte del tiempo. Sí, viajan, como cualquiera de ustedes, pero además, al volver del viaje a su domicilio, después de un buen puñado de horas de esfuerzo intelectual, de dialéctica pausada o exacerbada, de las reuniones útiles e inútiles, deben rendir cuentas a su sede central, a aquella que les ha destinado al servicio, y esto ya no es tan habitual entre la mayoría de ustedes. Y deben rendir cuentas a un consejo de administración, donde no siempre tienen a sus mejores amigos, a su equipo de trabajo, a sus incondicionales; deben programar reuniones con sus proveedores de peticiones y, por supuesto, no olvidar a sus clientes, los que al final les dan razón de ser.

Una de las personas que más admiro se ha convertido en un soldado de este empleo. Podría realizar otros tantos, porque formación, capacidad y oportunidades no le escasean. Pero ha decidido dignificarse por un tiempo como cualquier buen samaritano.

Acude tres o cuatro días a la capital, para poner en práctica sus cometidos. En ese tiempo, asiste a reuniones, habla en foros donde le critican o le aplauden, no siempre en función de sus aciertos, y por la noche, no le queda más remedio que preparar el cometido del día siguiente, con sus compañeros de trabajo y más de un incondicional al que le apetece vivir de cerca sus peripecias. Difícilmente se acuesta antes del último telediario. Después de las batallas del Manzanares, de vuelta a casa, afronta la frenética agenda que en su sede central le tienen preparada. Visitas a clientes internos y externos, presentaciones en público y recaudación de las ideas que defenderá la semana siguiente.

En todos y cada uno de los minutos, no tiene margen para el error. La notoriedad no permite el resbalón o el tapujo. La tensión es connatural a este oficio, y la sobriedad, seguridad y el hablar alto y claro, el mejor aliado.

Algunos de ustedes, llegados a este punto, habrán convenido que éste no es el oficio al que les gustaría dedicarse. Seguramente aciertan, pero no por ello debemos menospreciarlo. Si hiciéramos una descripción más o menos analítica de este trabajo, nos encontraríamos que las competencias relacionadas con liderazgo son imprescindibles. La agilidad de palabra, altas dosis de capacidad de dinamización de equipos. Pero además la empatía, la capacidad relacional, la inteligencia racional, pero también la emocional, la resistencia al fracaso. La resistencia al fracaso porque, como en cualquier otro empleo, puede uno quedar despedido con independencia de la calidad de su trabajo. Ese oficio, que a mi modo de ver resulta duro y poco agradecido, es el del profesional de la política. Y me refiero específicamente al del diputado periférico, una estirpe de jabatos que dignifican el puesto para el que fueron elegidos.

Las encíclicas papales nos inculcaron que el trabajo vivifica. Créanme, porque les hablo con conocimiento de causa, cuando les digo que estos soldados de la democracia parlamentaria desarrollan un trabajo duro como el que más, y que, muy a menudo, muchos de nosotros desprestigiamos inconscientemente.

Josep Ginesta. Director de recursos humanos de la Universitat Oberta de Catalunya

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