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Tribuna
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Consenso en energía, también

Hasta hace sólo unos 500 años, en los tiempos del Renacimiento en Europa, de la dinastía Ming en China y del descubrimiento de América, el mundo todavía estaba escasamente poblado.

Desde entonces, estimulada por las revoluciones que han tenido lugar en la agricultura, la industria y la medicina, la población mundial se ha multiplicado por 15. En los próximos 50 años, en los que la población mundial alcanzará los 9.000 millones de habitantes, la demanda energética se habrá duplicado y las necesidades, aún hoy no cubiertas por dos tercios de su población, podrían multiplicarse seriamente.

El desarrollo económico se hace imprescindible, no sólo para remediar la enorme miseria de la humanidad, sino también para crear las condiciones necesarias para que la estabilidad económica, la distensión social y la sostenibilidad medioambiental no sean, en un futuro ya muy cercano, los problemas más importantes de la sociedad en la que vivimos.

La humanidad no puede retroceder y la energía deberá continuar cumpliendo sus tres más importantes objetivos: suministrar agua dulce; proporcionar energía a las fábricas, las viviendas y los transportes, y apoyar a las infraestructuras de alimentación, educación y sanidad.

La satisfacción de estas necesidades precisará energía procedente de todo tipo de fuentes. Pero esa mezcla debe experimentar sin más retraso una rápida evolución, abandonando progresivamente el uso sucio e indiscriminado de los combustibles fósiles, lo cual, además de contribuir en gran parte a conservar la vida como la conocemos, protegerá la herencia de esas fuentes, que son irremplazables, y que tenemos la obligación de legar a las generaciones futuras.

La población mundial crece del orden de dos personas por segundo y también cada segundo se emiten a la atmósfera unas 800 toneladas de CO2 mientras que, según la Comisión Europea, las reservas probadas de petróleo se sitúan en 42 años, las de gas natural en 64 años y las de carbón en 155 años. ¿Tenemos que agotarlo todo nosotros?

El coste de la energía eléctrica, según la Agencia Internacional de la Energía, por cada MWh generado es: para la nuclear entre, 40 y 45 euros; para los ciclos combinados de gas, de 35 a 70 euros, para la eólica entre 35 y 175 euros; para la hidroeléctrica, entre 25 y 90 euros, etcétera. El ahorro y la eficiencia energética son imprescindibles, naturalmente, pero ¿estamos concienciados? y, sobre todo, ¿es sólo eso suficiente?

Por otra parte, España, que es el tercer país de la OCDE, detrás de la República de Corea y de Portugal, más alejado del cumplimiento de Kioto, mantiene una industria nuclear de unas 30.000 personas de alta cualificación y cumple los requisitos internacionales necesarios para mantener esa industria en primera fila, como ha estado desde los años ochenta: capacidad técnica, capacidad reguladora e infraestructuras. ¿Hay que renunciar a una industria que en un 95% es pura tecnología?

España carece de fuentes energéticas que sirvan de base para garantizar el suministro de electricidad y sin embargo dispone de infraestructuras tecnológicas y científicas de primer orden. ¿Hay que disminuir nuestra competitividad comprando la energía eléctrica a Francia, que además es de origen nuclear? ¿Hay que depender siempre de otros?

España necesita encuentros, necesita consensos. El suministro de energía segura, limpia, económica y diversa para el largo plazo es uno de ellos.

Manuel Malavé de Cara. Ingeniero y físico, es diplomado en Seguridad Nuclear en el MIT y ha sido presidente del Grupo de Expertos de la UE para la evaluación de la seguridad nuclear de los países de la ampliación a 27

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