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Columna
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Las autonomías, a la rebatiña

Entramos en un proceso de abierta discusión sobre el sistema de financiación autonómica y hay barruntos de que pronto alcanzará temperaturas de incandescencia. El presidente Zapatero comprometió durante el debate de investidura la publicación en el plazo de dos meses de las 'balanzas fiscales', en las que los catalanes del Estatut tienen puestas todas sus complacencias, convencidos de que serán argumento contundente en defensa de sus pretensiones económicas.

El presidente de la Generalitat, José Montilla, volvió en las páginas de El País sobre los sentimientos de desafección que podrían cundir allí en Cataluña si sus aspiraciones quedaran insatisfechas. Pero el sistema de financiación autonómica ha suscitado reclamaciones en todo el ruedo ibérico y archipiélagos adyacentes, sin hacer acepción de lenguas propias ni de colores políticos en los Gobiernos territoriales.

Los agravios comparativos y las ambiciones compartidas disparan por doquier enconos pero también inimaginables alianzas contra natura, como la anunciada entre las comunidades autónomas de Cataluña -en manos del tripartito de socialistas, Esquerra Republicana y Verdes de Izquierda Unida- y Valencia -feudo imbatido del Partido Popular-. Se invocan criterios dispares, basados en la población, en el nivel de los servicios básicos de educación, sanidad, vivienda o transporte, se propugnan coeficientes correctores que atiendan a la distancia, a la insularidad, a la dispersión o a la concentración de las unidades vecinales, y así sucesivamente. Es una versión actualizada del todos queremos más, y más y más, y mucho más que reconocía la letra de la canción sesentera, merecedora de alzarse en el pódium del Festival de Benidorm al que se llegaba cara al sol con la camisa nueva que tu bordaste rojo ayer.

Es un verdadero espectáculo. El mismo que se producía entre la chiquillería a la puerta de la parroquia donde se acababa de bautizar una criatura cuando tras los gritos de eche usted padrino/ no se lo gaste en vino/ eche, eche, eche/ no se lo gaste en leche', o bien de padrino pelao/ que a mí no me has dao, el interpelado sacaba del bolsillo un puñado de calderilla o de caramelos y los lanzaba al aire para que cayeran sobre los circunstantes que pugnaban por hacerse con el botín luchando entre ellos a la rebatiña. Aclaremos para los que hayan llegado tarde que el diccionario de la Real Academia Española define rebatiña como 'la acción de coger deprisa una cosa entre muchos que quieren cogerla a la vez', y precisa que por la expresión andar a la rebatiña se entiende 'concurrir a porfía a coger una cosa, arrebatándosela de las manos unos a otros'.

Aquí todos piensan que se les posterga, que deben estar por encima de los demás conforme a unos misteriosos derechos históricos imprescriptibles o porque así lo dicen determinados artículos del estatuto de autonomía, donde se pueden blindar los ríos, invertir el flujo de la corriente a voluntad, fijar competencias exclusivas sobre el flamenco o emprender la recuperación del bable o de las lagarteranas. Después de 22 años en la Unión Europea y otros tantos previos soñando con nuestra integración se diría que nada hemos aprendido del ejemplo europeo en el ámbito de la solidaridad. Porque habiendo sido receptores de los fondos estructurales y de cohesión, transferidos en nuestro favor con cargo a las contribuciones de quienes partían con ventaja en los índices de renta per cápita, nos consideramos ajenos al cumplimiento de esos mismos deberes entre las comunidades autónomas que articulan territorialmente es Estado.

Frente a los pronósticos de los triunfalistas de la catástrofe cifrados en el se rompe España, se argumenta que no se ha roto. Conforme, pero se ha hecho más difícil y seguimos sin saber con qué consecuencias pendientes de extraer por unos y por otros. Deberíamos haber progresado hacia un hogar de la solidaridad y hemos preferido recluirnos en el avispero de los egoísmos. Pronto veremos qué espacio queda para la racionalidad y cómo puede administrarla el vicepresidente Solbes.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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