Crisis económicas, crisis psicológicas
Javier Fernández Aguado incide en que gestionar los sentimientos colectivos de una organización empresarial es clave a la hora de afrontar dificultades. Los factores endógenos también importan
Muchas personas hablan de una crisis económica en ciernes. Cada uno la achaca a las causas que más se ajustan a sus criterios: desde la errada política económica del Gobierno a la paralización de la construcción, pasando por la subida del precio del petróleo o la desestabilización que producen gobernantes de algunos países que no han aprendido a callarse.
No deseo detenerme en los aspectos macroeconómicos que influyen en la economía. Prefiero centrarme en otra de las coordenadas que es preciso tener en cuenta para solucionar problemas: el estado de ánimo con el que nos enfrentamos a las dificultades. Cada uno somos profetas de nosotros mismos. Cuando alguien se convence de que no podrá alcanzar determinado objetivo, es seguro que se bloqueará las sendas para lograrlo. Por el contrario, quien está seguro de que podrá culminar una cima, verá cómo los obstáculos que se le presentan van disolviéndose ante su esfuerzo. Los factores exógenos tienen peso en nuestra vida, pero también lo tienen los endógenos. Si nuestro sentimiento es de confianza en que culminaremos una cima, probablemente lo logremos.
Lo descrito sucede también a nivel organizativo. El estado de ánimo colectivo establece con frecuencia cumbres asumibles. Algunos prefieren dejar esta cuestión en mera intuición. Considero, sin embargo, que es posible trabajar sobre los aspectos psicológicos del comportamiento grupal. Por eso, he diseñado una metodología, feelings management (gestión de los sentimientos), que permite transformar los sentimientos colectivos del entorno empresarial. El comportamiento irracional es habitual en personas y organizaciones. La lógica absoluta no existe y muchos de nuestros comportamientos son inconscientes. Toda persona tiene, y también las organizaciones, ángulos oscuros.
Los sentimientos son como los gatos, que cuando son entrenados proporcionan compañía, pero cuando no, acaban por volverse contra su dueño. Los sentimientos son irracionales en su origen, pero parcialmente armonizables con la razón. No toda decisión organizativa es matemática, pero tampoco es necesariamente misteriosa, novedosa o mitológica. Formar los sentimientos no significa minusvalorarlos. Precisamente porque se reconoce su relevancia, se les puede convocar para que contribuyan al desarrollo de las organizaciones.
Gestionar los sentimientos coadyuva a la retención del talento. Séneca aseguraba que nunca ha existido un gran genio sin un grado de locura. Precisamente por esto la gestión del talento grande es complicada. El talento no es una mera cuestión de racionalidad, sino que tiene que ver con la personalidad en su sentido amplio. Dentro de ésta, el peso de los sentimientos es relevante.
Durante mucho tiempo, los sentimientos fueron proscritos de la realidad social y empresarial. Hoy, por el contrario, da la impresión de que de ellos depende todo. Un ser cuya única referencia fuesen los sentimientos no podría emprender proyectos de futuro, porque aquéllos, por propia esencia, son cambiantes. Los sentimientos no admiten encadenamientos ni racionalizaciones: se tienen, y pueden ser expresados, pero no son explicables (quien lo intenta, los desvirtúa). Quizá sí puedan ser explicitadas sus causas, pero en sí mismos, al ser subjetivos, no consienten aclaraciones conceptuales definitivas. Sistematizar sentimientos sería tanto como abarcar un océano.
Los sentimientos no deben ser ignorados o despreciados. De cómo sean dependerá en buena medida el rendimiento de la persona, tanto en su vida privada como en la laboral. Los sentimientos no pueden ser explicados o definidos, pero eso no significa tampoco que no admitan cierta gestión. Se producen en este sentido diversos errores. En primer lugar, el de quienes consideran que los sentimientos no han de ser tenidos en cuenta. Lo único relevante sería el cumplimiento del deber, el 'yo no vengo al trabajo a hacer amigos'. Otra equivocación sería considerar que los sentimientos son inabarcables y que de ningún modo se ha de interferir en ellos. Para algunos hablar de un cierto control de los sentimientos suena a manipulación. No es así. En realidad, cada persona gestiona de la manera más adecuada sus sentimientos, procurando paliar las consecuencias que pueda tener dejarles campar sin cortapisas.
La gestión individual de los sentimientos es una experiencia común, que cada persona realiza de la manera que considera más oportuna. En ocasiones, incluso, forzando sentimientos de ira, odio o rechazo, que justifiquen comportamientos ilegales y/o ilícitos. La gestión de los sentimientos colectivos (organizativos) representa una de las herramientas que de forma implícita o explícita más peso tendrán en la dirección de organizaciones en las próximas décadas. Siempre fueron los sentimientos colectivos objeto de atención por los gobernantes, en muchas ocasiones para manipularlos. Hoy en día, gracias al desarrollo del management, sabemos que se puede gestionar sentimientos colectivos, y que eso no sólo no es malo, sino plenamente necesario: un equipo colectivamente entusiasmado llegará donde nunca podría hacerlo un grupo de personas grupalmente deprimido. Los fracasos y los éxitos económicos siguen siendo, en parte, psicológicos.
Javier Fernández. Socio director de MindValue