Un aterrizaje nada suave
El vía crucis del sector inmobiliario amenaza con ser largo y penoso. Día a día se producen nuevos datos que constatan que el parón en la venta y construcción de viviendas es más agudo de lo que cabía prever a finales del pasado año.
La principal de las asociaciones de promotores inmobiliarios en España, la madrileña Asprima, se rindió ayer a la evidencia y presentó unas perspectivas preocupantes. El análisis contrasta con el que el sector mantenía en noviembre, cuando dibujaba un aterrizaje suave. En el nuevo panorama, el precio de la vivienda caerá este año de media en España un 8% y las casas que se construirán apenas llegarán a las 300.000, lejos de las 400.000 que preveían hace cinco meses y a años luz de las 800.000 de algunos ejercicios de la locura inmobiliaria. Y como consecuencia, hasta 2009 se pueden perder 700.000 empleos en el sector de la construcción. Durante el año pasado, cuando se iniciaron los problemas en la vivienda, la pérdida de empleo ligado al ladrillo fue de 100.000 puestos de trabajo.
Desde Asprima se apunta que la crisis de las subprime y el consiguiente crac crediticio es el causante de que la desaceleración en la actividad urbanística sea más accidentada de lo previsto y deseado. La desconfianza en el mercado financiero no ha hecho distingo alguno y afecta tanto a la banca dañada como a la sana. Y la consecuencia es la falta de liquidez entre los operadores, pero también el cierre del grifo financiero para proyectos de inversión, sean corporativos o individuales. Así, empresas de muy diverso tamaño tienen un serio problema para financiar su expansión pasada, ante la falta acuciante de generación de caja y el comportamiento exigente de la banca.
Las promotoras inmobiliarias y constructoras han ganado en los últimos años mucho dinero que deberían haber utilizado para provisionar sus estados financieros y han acumulado riqueza a costa del endeudamiento de casi un billón de euros de millones de familias. Pero no es agradable ver para la economía nacional cómo gotean suspensiones de pagos ante los juzgados, y cómo por pasiva miles de trabajadores pierden su empleo. Por ello, evitando siempre caer en el riesgo moral de ayudar a quien se ha hecho rico y poderoso a costa de los más humildes, el Gobierno tiene que hacer algo. Tiene que dulcificar en la medida de lo posible la crisis inmobiliaria, con flexibilidad regulatoria y auxilio financiero allí donde haya situación de extrema necesidad. Pero de forma prioritaria sus esfuerzos deben ir a recomponer la variable intangible más difícil de cambiar, pero más determinante en la economía, que es la expectativa de la gente, para que el optimismo regrese a las decisiones de los agentes económicos.
El Gobierno de Zapatero tiene instrumentos financieros y normativos para cambiar la situación, pero siempre que utilice consenso con unos y firmeza con otros, y que no malgaste los réditos fiscales de la bonanza en salvas puntuales. Debe aprovechar la situación para demostrar que cree en el nuevo modelo de crecimiento del que siempre ha hablado: más inversión en infraestructuras y tecnología, en aquellos activos que, además de empleo, tienen un efecto multiplicador sobre el crecimiento.