La dimensión del ajuste inmobiliario
Las señales que hace unos meses anticipaban que se había producido una fuerte contracción en el mercado inmobiliario se han confirmado en las últimas semanas con datos tan tozudos como pesimistas, ya se trate de precios de los inmuebles, número de transacciones, contratación de hipotecas, visados de obra nueva o evolución del empleo en la construcción residencial. Además, el pesimismo anunciado por los augurios contractivos empieza a poner nombres, desde las empresas que pasan agobios financieros hasta las que terminan directamente bajo la tutela judicial por incapacidad de pago.
La luz tardará en aparecer en el túnel de la desaceleración y, mientras los agentes económicos buscan alternativas a un modelo de crecimiento que da síntomas inequívocos de agotamiento, el Gobierno, el flamante Ejecutivo que tome las riendas en los primeros días de abril, tendrá que poner en marcha unas cuantas propuestas claras para frenar la sangría de actividad inmobiliaria, y cambiar la expectativa pesimista instalada en la ciudadanía. El equipo que seguirá al frente de la economía, encabezado por Pedro Solbes, tiene experiencia y solvencia sobrada para generar la credibilidad precisa. Pero el calendario apremia.
Estadística confirmó ayer que la compra de casas se mueve en unos volúmenes un 27% inferiores a los de hace un año, mientras que la superficie a construir visada en estos meses revela un descenso de más del 35%, lo que supone un perfil más contractivo para el futuro, y configura la construcción de no más de 250.000 viviendas anuales en 2008 o 2009. Se trata de una cantidad llamativamente alejada del objetivo de las 450.000 estimadas por los expertos o de las 800.000 que se han iniciado en alguno de los últimos ejercicios de locura inmobiliaria. Los datos sobre evolución del crédito al sector privado residente no se resiente aún en tales proporciones, ni siquiera el relativo a la financiación con garantías reales; pero las sensaciones recogidas por el sistema financiero sobre la demanda final son cada vez más pesimistas.
Lo que es un ajuste del mercado propio tras un boom exagerado y coherente con la dimensión de los excesos compradores se ha complicado con una crisis financiera global que aprieta más de la cuenta a las compañías promotoras. La docena de pequeñas empresas inmobiliarias que han entrado en concurso de acreedores y las atropelladas peripecias de otras corporaciones para evitarlo y refinanciar su endeudamiento amenazan con generar un clima de creciente desconfianza en el sector que prolongue el ajuste más allá de lo razonable.
El Gobierno tiene que poner medios para evitar efectos sobre la variable del empleo, siempre que no incurra en el riesgo moral de rescatar proyectos con nulo sentido financiero actual y un indisimulado interés especulativo en el pasado reciente. Debe esquivar las demandas de nuevas ayudas fiscales por la compra de vivienda, auxilio recurrente en estos momentos, y debe practicar un keynesianismo inteligente con la capacidad de maniobra que proporciona el saldo fiscal, con el acento en la inversión más multiplicadora de la productividad y del crecimiento potencial de la economía.