Qué puede y qué debe hacer Trichet
Los mercados financieros, la desaceleración económica, los responsables políticos y los precios se han puesto de acuerdo, sin quererlo, para presionar al BCE. Jean-Claude Trichet reúne hoy en Fráncfort al consejo del banco para analizar la situación económica y tomar una decisión sobre los tipos de interés, y tiene en vilo a Europa entera, que espera una señal, verbal o ejecutiva, de relajación de la política monetaria. Una bajada de tipos de interés, en definitiva. Pero no parece que hayan cambiado las cosas desde que en enero mantuvo en el 4% el precio del dinero y advirtió que las deliberaciones del consejo se centraban más en aumentos que en descensos.
¿Cuál es la decisión acertada cuando la desaceleración en la zona euro se intensifica, cuando los mercados bursátiles se desploman y cuando EE UU ha iniciado un viaje de bajadas sostenidas del precio del dinero que pueden depreciar al dólar hasta colocar al euro en posiciones anticompetitivas? El mandato normativo que tiene el BCE es mantener bajo control las tasas de inflación, de tal forma que no superen el 2%. El respeto estricto de este mandamiento impide al banco central bajar ahora los tipos de interés, porque no hay evidencia alguna de que la inflación vaya a ceder, a menos que una expectativa muy pesimista de recesión tire los precios del petróleo a la mitad de su cotización.
Con este argumentario, en Europa cuesta entender que EE UU, que siempre ha privilegiado crecimiento y pleno empleo al control de la inflación, haya iniciado tan pronto y con tanta vitalidad la bajada del precio del dinero, si la inflación está por encima del 4% y no hay garantía de que la inyección monetaria va a reactivar el crecimiento. El fantasma de la estanflación, estancamiento con inflación, que tanto miedo da a los economistas, ha vuelto al debate. Y ese es precisamente el temor germánico de Trichet: relajar los tipos sin maniatar antes la hidra inflacionista. Por ello ha optado hasta ahora, y seguramente hoy también, por apretar las tuercas a la espiral de precios aunque tenga un mayor coste en crecimiento y empleo.
El grado de dificultad para aplicar la política monetaria y controlar la inflación no es el mismo en Europa que en EE UU. La Fed gobierna para una economía, mientras que en Europa se hace para catorce, y un golpe de timón del BCE tiene efectos asimétricos en las economías a que afecta, que aplican políticas económicas (fiscales, laborales, mercantiles, etcétera) diferentes, y contradictorias a veces, pese a estar en una supuesta área monetaria óptima común.
Además, Europa está a años luz de la flexibilidad estadounidense, y las decisiones monetarias se diluyen entre las rigideces de los mercados sin que sus Gobiernos tomen iniciativas. El BCE ayuda a los Gobiernos si ellos se ayudan. Pero las llamadas del BCE a las reformas caen en rápido olvido. Unos mercados más flexibles son el mejor método contra la inflación y el mejor aliado de una bajada de tipos para estimular el crecimiento. En Europa hay pruebas evidentes en tal sentido: varios países han tenido pobres crecimientos, pese a años de tipos reales negativos, porque la rigidez de sus mercados, el tamaño de su sector público o las dudas sobre la sostenibilidad de su estado de bienestar han paralizado la confianza y expectativas de la gente.