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A fondo

La incógnita de arreglar lo que no está roto

Nuevo organigrama, nuevo consejero delegado, nuevo responsable del negocio más importante de la compañía y nuevo consejo. Todo en menos de una semana y cuando mucho hay que buscar para encontrar una espina que roce siquiera mínimamente el zapato de Telefónica. Quizá sólo Neelie Kroes y la Comisión Europea le quiten algún minuto de sueño a César Alierta, porque el resto aparenta dificultades para ir mejor, ahora que incluso sobre su archienemigo Carlos Slim se ha conseguido hace poco una primera victoria.

Y no es sólo el negocio. Telefónica es la cuarta operadora del mundo por capitalización bursátil, la primera del globo por beneficios, líder español por ganancias, una de las pocas telecos que, además de recaudar a sus clientes, crece. Su reconocimiento internacional tampoco deja lugar a dudas. Dicen que la Comisión Europea le impulso la millonaria multa por trabar la competencia en ADSL como un aviso a navegantes, como llamada de atención a los grandes ex monopolios. Es posible que no le sirva de consuelo, pero Bruselas la eligió a ella para ejemplificar. Menos dañino es otro reconocimiento, el que le dispensan los mandatarios de los países donde está. Alierta tiene las puertas abiertas de las residencias presidenciales de la mayoría de las naciones de Latinoamérica y él mismo ha reseñado que, cuando altos cargos del Gobierno chino viajan a España, hacen dos paradas: La Zarzuela y la sede de Telefónica.

Ningún agua se filtra tampoco por el frente nacional. El Gobierno se ha erigido en uno de los principales valedores ante la multa comunitaria y la relación con el regulador del sector ha mejorado notablemente. La sintonía política, después de los sobresaltos iniciales de un presidente de una privatizada del PP en un Gobierno socialista, está fuera de toda duda.

Tal vez Alierta no ha escuchado nunca el dicho Si no está roto, no lo arregles, aunque es difícil de creer puesto que tiene versiones muy parecidas en una gran cantidad de idiomas. O es posible que se lo hayan repetido cientos de veces, pero para él sea casi un desafío, una máxima que una empresa con vocación de líder tenga simplemente que incumplir por sistema para llegar a lo más alto.

Y es que está claro que nada grave estaba roto en Telefónica. Y también que poco le ha importado esta realidad a Alierta.

Un mismo consejo de administración aprobó ayer cambios que afectan a todas las líneas de la operadora, tanto internas como externas. Y quizá la unificación no sea una coincidencia.

Una primera repercusión es pública y demuestra a las claras lo delicados que son los cambios. El nombramiento de un consejero delegado, una figura que llevaba cuatro años ausente de Telefónica, ha provocado una dimisión de primer nivel que ha forzado una cascada de reajustes en un momento en que Telefónica España, la filial más importante de la operadora, acaba de serenarse después de que otro vaivén, éste hace ya unos meses, apostara por la integración del fijo y del móvil.

Viana deja Telefónica porque no quiere reportar a un número dos, pero es que llueve sobre mojado. Hace unos días se cambió la dirección de los negocios de la operadora en la Europa que nace más allá de los Pirineos, un puesto de futuro y con muchos retos por delante, como le gusta a Viana. No le tocó. Era el hombre perfecto -pocas dudas tenía Alierta sobre ello-, pero no era el momento de imponer un ejecutivo para O2 que no tuviera apellido británico.

Desde el entorno de Alierta dicen que Viana debió esperar, porque su momento iba a llegar. No lo ha hecho.

Tampoco se ha esperado para soltar dos cargas de profundidad en forma de nuevos consejeros independientes para Telefónica, en una muestra de 'equilibrismo político', que dicen fuentes financieras.

Manuel Pizarro, próximo al PP, y Javier de Paz, por el PSOE, tienen su sillón en el máximo órgano de administración de la primera empresa española. La complementariedad es perfecta, pero, otra vez, '¿por qué ahora?' se preguntan observadores cercanos. Alierta había logrado un anclaje sin tacha en el escenario político y sólo con pequeñas muestras de acercamiento, sin necesidad de demostraciones grandilocuentes.

Ni el BBVA ni La Caixa, el núcleo estable de Telefónica, han puesto peros a los nombramientos, aprobados por unanimidad, por lo menos de todos los que acudieron ayer al consejo de la operadora. Fueron puntualmente informados hace unos días, aseguran fuentes del mercado, y mostraron su conformidad.

Pero nada de ello esconde que los nombres de los nuevos consejeros han estado ligados en el pasado a acontecimientos sucedidos en las carnes del núcleo estable. 'No seré nunca empleado de La Caixa', repitió tres veces Manuel Pizarro durante una de sus muchas comparecencias públicas motivadas por la opa hostil lanzada por Gas Natural, de la que la caja fue principal impulsora.

Nada ha cambiado. Pizarro no trabajará para La Caixa, pero se sentará junto a Isidro Fainé cada mes en el consejo de Telefónica, frente a frente.

La conexión De Paz-BBVA es menos evidente, pero igualmente poco pacífica. Se remonta al intento de Sacyr de entrar en el banco vasco y se sustenta en la autoría intelectual, según recuerdan fuentes que conocieron aquella operación.

Al presidente de Telefónica le toca ahora despejar la incógnita del porqué de los movimientos y del momento elegido. No es la primera vez que asume decisiones en contra del mercado; que lo desafía. La compra de O2 se hizo con la comunidad financiera en contra. Dos años después, las alabanzas al resultado y a los frutos de la integración son unánimes. ¿Se repetirá la película? ¿Cualquier talento es reemplazable? El tiempo y Alierta tienen la respuesta.

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