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Tribuna
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La derrota de los euroescépticos

Los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea han firmado el nuevo Tratado de Lisboa que marca un avance en el camino de la construcción europea y deja atrás un difícil proceso de reforma que ha durado cerca de una década. El Tratado dota de los recursos necesarios para afrontar los retos del siglo XXI e incorpora avances significativos en la resolución de los problemas institucionales.

Durante este periodo hemos tenido que soportar los tradicionales pronósticos agoreros de los euroescépticos, que utilizaban la palabra 'crisis' con mucha frivolidad y mala intención. Una mirada objetiva sobre las realizaciones de estos dos últimos años permite ver uno de los periodos más productivos de la historia de la construcción europea. Es justo destacar que en este periodo no ha habido ninguna 'crisis' en el proceso de toma de decisiones, a pesar de que algunas de estas decisiones han sido tomadas por 27 Estados. A menudo, las decisiones se han aprobado mucho más rápidamente que en el pasado, cuando la UE contaba con menos Estados miembros. Pensemos, por ejemplo, en la directiva sobre los servicios (la directiva Bolkestein), decidida en tres años mientras que había sido necesario más de un cuarto de siglo para adoptar el estatuto de la Sociedad Anónima Europea. Pensemos, también, en la decisión sobre la itinerancia para los teléfonos móviles, adoptada en 11 meses a pesar de la existencia de intereses muy divergentes.

Esos mismos militantes del euroescepticismo han defendido y defienden la ambigüedad de la Unión. Es cierto que la ambigüedad ha sido una constante en el proceso de construcción europea. Debemos reconocer que la ambigüedad en el objetivo final y en los medios ha sido clave para el éxito de la UE. La ambigüedad ha permitido reunir hoy a 27 países con la voluntad de recorrer juntos un camino. Pero, ¿hasta dónde?

A esta pregunta quiso dar respuesta el proyecto de Tratado Constitucional mediante su voluntad de clarificar, racionalizar y estabilizar un proceso que se realizaba sin un plan firmemente establecido y que avanzaba en función de las circunstancias políticas y económicas.

Es cierto que no existe una concepción única de la construcción europea, pero era necesario encontrar un nuevo compromiso. Había que salir necesariamente de ciertas ambigüedades, sobre todo aquellas relacionadas con los temas institucionales y establecer o restablecer un cierto afecto por el bien común. No hablar más de batallas, de combates y conflictos, de vencedores y vencidos como ocurrió lamentablemente a la salida del Consejo Europeo de Niza. Había que reforzar el uso de lo que se ha dado en llamar el 'método comunitario', este equilibrio sutil entre los Estados miembros y las instituciones europeas. Reforzar el papel de la Comisión europea, porque ¿cómo podemos imaginar el bien común, el interés de todos, sin una Comisión fuerte?

El nuevo Tratado de Lisboa se presenta como el instrumento que viene a dar una respuesta contundente a la mezquindad de las profecías de los euroescépticos ya que proporcionará a la Unión el marco jurídico y los elementos necesarios para, tal como señala la Comisión europea, hacer una Europa más democrática y transparente, mejorar la eficacia de sus instituciones, mejorar la capacidad de la UE para abordar cuestiones que hoy día son prioritarias para la Unión y sus ciudadanos y, finalmente, estar en condiciones de expresarse con más claridad en la escena internacional a través del Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, que también será Vicepresidente de la Comisión.

Una Europa estable y sin ambigüedades podrá reflexionar sobre la Europa del mañana, sobre la modernización de su exitoso modelo económico y social, sobre la seguridad global, sobre la energía y el cambio climático y sobre todos aquellos temas a los que nuestra sociedad se enfrenta y deberá enfrentarse en los próximos años.

Ahora sólo falta esperar que los parlamentos de los 27 Estados de la Unión Europea se dejen de ambigüedades, no piensen en las crisis y ratifiquen el texto del nuevo Tratado. Así sea.

Agustín Ulied, Profesor del Departamento de Economía de Esade

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