Abrir el debate energético
El Ministerio de Industria reconoce para el año que viene un déficit de tarifa que alcanzará 4.750 millones de euros. Eso significa que los consumidores -hogares y empresas- pagarán por el suministro mucho menos de lo que cuesta generar la electricidad que van a gastar en 2008. Este sistema tarifario, anacrónico y económicamente insostenible, implica que los Gobiernos -éste y los anteriores- prefieren subvencionar el consumo antes de asumir que, a pesar de ser la electricidad un bien de primera necesidad, es necesario implantar el principio de que las tarifas deben cubrir al menos los costes de producción.
Por complejos que sean los asuntos a dilucidar, no son de rigor los atrasos sine die, especialmente si se pretende una solución sensata y, sobre todo, eficaz. Una de estas decisiones pospuestas es establecer el sistema energético que regirá en España en el futuro, y que deberá conjugar dos premisas contrapuestas. Por un lado, tendrá que ser limpio, con las menores emisiones de CO2 posibles, pero, por otro, ha de ofertarse a precios razonables que faciliten que los hogares españoles puedan asumir su coste y que las empresas nacionales puedan competir, al menos, en las mismas condiciones que sus homólogas europeas.
Dar respuesta a esta polaridad es el gran reto de los próximos años. Los combustibles fósiles están llamados a reducir su peso en España por su componente contaminante, por la gran dependencia que suponen del exterior y por las dificultades que lleva de la mano la volatilidad del precio del barril. La energía hidráulica, ante las variaciones atmosféricas en la Península, puede suponer un alivio en años de mucha pluviosidad, pero en ningún caso es una solución para garantizar un suministro eléctrico seguro y de calidad.
Por tanto, restan la nuclear y las energías renovables, y ambas tienen ventajas e inconvenientes. La primera tiene en contra el alto coste de la inversión inicial, y las incógnitas sobre el tratamiento y almacenamiento de los residuos radiactivos. Pero no emite dióxido de carbono a la atmósfera, su generación es barata y parece ir camino de nuevas tecnologías más eficientes y accesibles. Respecto a las renovables, su componente ecológico las convierte en una gran baza de futuro, en un país rico en sol y viento, lo que permite reducir la dependencia del exterior. Sin embargo, sus altos costes para generar electricidad y la intermitencia en su proceso de producción son un serio hándicap como fuente principal para asegurar el abastecimiento a gran escala.
La solución no es sencilla. Y esta es una razón más por la que urge abrir el debate sobre el modelo energético que precisa España. El modelo futuro debe permitir que la economía española siga creciendo y, por supuesto, ser respetuoso con el medio ambiente. Y la opción nuclear, lejos de prejuicios ideológicos o extremismos ecologistas, tiene que estar en este debate si se plantea en serio y sin tintes electoralistas. Un paso en la dirección correcta está en hacer comprender a la sociedad cuál es el verdadero coste de la energía y acercar las tarifas a su precio real. Sería un avance camino de un consumo más racional.