Qué poco éticas son las luces de Navidad
Tengo espíritu navideño. Me encanta la Navidad y todo lo que de celebración acarrea. Aunque sea un tópico, es momento de reencontrarte con los amigos y la familia, de brindar, de regalar y de que te regalen, de olvidar los malos momentos del año y de festejar la llegada de doce nuevos y misteriosos meses. Pero me gusta hacerlo sin mucha algarabía y en las fechas señaladas, aunque cada vez, debido a imposiciones comerciales, el periodo navideño comienza antes. Y el agobio y la pesadez también. No es de recibo que los villancicos empiecen a sonar en octubre, y que un mes más tarde las ciudades estén inundadas de luces navideñas, cada vez más horrorosas, por mucho diseñador que se ocupe de dar rienda suelta a su creatividad a través de las diminutas bombillitas. También hay domicilios particulares que, desde hace días, tienen adornados balcones y ventanas con luces de colorines. Pues, tal y como están las cosas y con el IPC en el 4%, me parece una medida muy poco inteligente, sobre todo si se quiere gestionar de manera óptima la economía doméstica. Yo adorno mi casa la semana de Nochebuena, tradición heredada de cuando era pequeña, y poníamos los adornos cuando nos daban las vacaciones escolares.
Tampoco los centros comerciales se salvan porque desde hace tiempo ya han iluminado generosa y horrorosamente todas sus fachadas, sin tener en cuenta el sentido de la estética y de la austeridad, sino el del dispendio, la horterada y el consumismo.
La estrategia de animar e incitar a los ciudadanos a consumir, como si fueran ricos, en estas fechas ya no sirve. Los consumidores, cada vez más informados y también exigentes, se supone que saben lo que deben consumir, y cuándo deben hacerlo. Y si las empresas e instituciones fueran realmente responsables, como pregonan a los cuatro vientos en sus memorias de responsabilidad corporativa, y tuvieran impregnado ese sentimiento en su cultura, serían más respetuosas con sus clientes y sobre todo con el medio ambiente. Imagino que alguien se encargará de calcular la cantidad de energía que se consume en el periodo navideño, y me encantaría que algún gran almacén tomara la iniciativa y no adornara sus establecimientos con lucecitas de colores hasta una semana antes de la fecha señalada. Sería un ejemplo a imitar, y no por ello disminuirían los clientes. Todo lo contrario, ganarían adeptos, ya que cada vez hay más gente que aborrece la Navidad. Y yo no quiero que me pase.