Cambios en el paisaje económico
Cuando inversores, ahorradores, consumidores y empresarios regresen de las vacaciones el paisaje económico habrá cambiado sustancialmente, aunque la mutación será más perceptible para unos que para otros. La tormenta financiera con epicentro en el mercado hipotecario americano ha removido importantes pilares de la economía en todo el planeta y ha modificado los precios de los patrimonios. Pocos activos valdrán lo que valían antes, y, lo que es peor, todas las aventuras económicas costarán más. No obstante, que la crisis crediticia filtre efectos sobre la economía no quiere decir que la paralice: los fundamentos son muy sólidos, y cuesta creer que el ciclo quiebre por el simple hecho de que unas decenas de miles de americanos que vivían por encima de sus posibilidades dejen de pagar sus hipotecas.
Lo que ha pasado es doloroso, pero en absoluto malo. Ha depurado los principales excesos de un prolongado ciclo alcista que caminaba demasiado deprisa, con tasas desconocidas de avance en todo el mundo. Toda borrachera lleva aparejada su resaca, y la dimensión de la primera determina la pesadez de la segunda. Mantener durante tres años los tipos de interés para invertir en dólares, euros o yenes en tasas nominales cercanas a cero, cuando no negativas en términos reales, ha generado un idílico paraíso de liquidez infinita, que estaba abocado a ser un doloroso purgatorio en cuanto se endureciesen las condiciones. Familias y empresas han tomado crédito sin más medida que encontrar dónde gastarlo.
La sofisticación de los productos financieros, varias veces derivados de sus subyacentes reales, y de valor dudoso y arriesgado en muchos casos, ha enredado una espiral financiera que en condiciones normales se limitaría a un agujero en las cuentas de resultados de los bancos que han concedido crédito a clientes sin calidad. Ahora el riesgo y la responsabilidad se encadena a fondos de inversión, banca corporativa, capital riesgo, empresas industriales, y, por qué no, a los simples peatones de la economía que se endeudan para vivir.
El dinero a particulares y corporaciones va a ser más caro, por mucho que el mercado presione a los bancos centrales, y éstos cedan como hizo el viernes la Reserva Federal de EE UU, para que bajen los tipos buscando un falso alivio de los problemas y un aplazamiento de la solución. Pero los fundamentos de la economía siguen siendo sólidos, como lo son los beneficios de las empresas, aunque la financiación de sus proyectos sea ahora un poco más cara. Las Bolsas han purgado revalorizaciones poco justificables, y seguramente operaciones hasta ahora ejecutadas con la abundancia y facilidad de la liquidez tendrán que esperar. Pero los verdaderos proyectos industriales, de los que son protagonistas muchas empresas españolas, no deberían encontrar trabas en los mercados financieros para madurar y dar los retornos esperados a los inversores.
La economía española no encontrará más problemas que los que deba importar por el encarecimiento del crédito, del que es, eso sí, muy dependiente por su elevado déficit por cuenta corriente. Y aunque el sistema financiero nacional, incluido el Banco de España, han extremado siempre la ortodoxia, una sobredosis de prudencia es ahora más conveniente que nunca.