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Tribuna
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Lobbies en Europa, ¿manipulación o contrapoder?

El 75% de las leyes nacionales son de origen comunitario, de ahí la extrema importancia de Bruselas, donde el lobby es el rey, subraya el autor, que se suma al Debate Abierto sobre esta actividad en Europa. Lejos de observarse como un obstáculo, en su opinión, el lobby es una aportación útil de la sociedad civil al legislador europeo

En Bruselas, capital de la Unión Europea, el lobby -es decir, la acción de influir por parte de empresas y ONG- es el rey. Según las estadísticas, 20.000 lobbistas frecuentan los pasillos de la Comisión, del Parlamento y del Consejo de Ministros. ¿Quiénes son? Se pueden establecer dos categorías: el mundo de los negocios (asociaciones profesionales, empresas) y la sociedad civil (ONG, sindicatos, uniones de consumidores), cada uno intentando modificar los proyectos legislativos en un sentido favorable a sus intereses.

¿Cómo influyen en las instituciones europeas? ¿Mediante dinero y corrupción? ¡Sería la mejor manera de fracasar! En realidad, el lobby es un oficio híbrido que reposa a la vez sobre el dominio jurídico (un conocimiento muy detallado del procedimiento legislativo) y la capacidad para convencer a funcionarios y electos por medio de argumentos creíbles.

- Cada poder necesita un contrapoder. En España está admitido que la sociedad civil (los sindicatos, especialmente, pero también los docentes, los consumidores, los ecologistas…) sea consultada con regularidad por el legislador. Resulta importante, en efecto, que el poder político escuche la opinión de los actores sociales, apele a su conocimiento y después decida en función de la relación de las fuerzas políticas (mayoría contra oposición).

La situación es totalmente diferente en Bruselas porque la Unión Europea no es un Estado. Los Estados miembros votan con arreglo a la norma de una mayoría cualificada. En el Parlamento Europeo no vota un bloque contra otro, sino que se trabaja con una cultura de diálogo entre los principales partidos políticos. En cuanto a la Comisión, es por naturaleza abierta al lobby porque trabaja con una cultura anglosajona.

De modo que, en Bruselas, el lobby está por todas partes: en la Comisión, el Parlamento y el Consejo de Ministros. Cada cual se bate con sus argumentos y convicciones para persuadir a funcionarios y electos sobre la necesidad de enmendar tal o cual texto sobre un punto u otro. Esta hiperactividad de los lobbistas se hace a la luz del día, sobre todo en el Parlamento, donde 4.000 lobbistas están acreditados, es decir, que pueden ejercer su actividad en la sede misma del Parlamento, tanto en Bruselas como en Estrasburgo.

- Un oficio complejo y de alto nivel. La mayor parte de la gente asocia el lobby a una especie de diplomacia entre personas bien educadas, que frecuentan recepciones o cócteles e invitan a los funcionarios a cenas de gala en restaurantes elegantes. Este cliché no es cierto.

Un verdadero lobbista profesional es antes que nada un jurista. Un jurista preferiblemente con convicciones, porque, al igual que los abogados, defiende mucho mejor un expediente cuando cree en él. Al tecnicismo jurídico debe asociarse una gran capacidad de comunicación y de persuasión: saber presentar los argumentos precisos en el momento adecuado ante la personas idóneas, en varios idiomas, con un estilo límpido y conciso. Y eso no es tan sencillo.

Pues además de todo eso, hace falta una red de contactos. Hay que conocer a todo el mundo: funcionarios (a todos los niveles y jerarquías), electos (europeos y nacionales), medios (la prensa resulta esencial en Bruselas), sindicatos, ONG, empresas. ¡Hace falta toda una vida para construir una red global!

æscaron;ltima condición para influir: el liderazgo. La capacidad de unir, de ser pro activo, de superar los conflictos, de arbitrar entre intereses divergentes. En breve, un oficio apasionante en el que conviene ser un apasionado… ¡con sangre fría !

- ¿Y dónde queda el dinero en todo eso? Es un error pensar que las organizaciones no gubernamentales carecen de medios financieros mientras que las empresas disponen de grandes recursos para hacer lobby. Se trata de un cliché exagerado. De hecho, desde hace unos años las ONG son más influyentes que las asociaciones profesionales. Porque en Bruselas la influencia no depende del dinero. Se pueden ganar grandes batallas con pocos medios y a la inversa.

Eso será cada vez más cierto porque con la ampliación y la reforma de las instituciones todo se ha vuelto más complejo, lo cual da una ventaja adicional a los verdaderos profesionales. Tampoco estaría de más que nuestra profesión se organice y defina criterios de acceso y un código deontológico provisto de sanciones. También debería destinarse un presupuesto a comunicación para revalorizar la imagen de una actividad tan injustamente maltratada.

Daniel Guéguen. Director general de CLAN Public Affairs y autor de 'Lobbying Européen' (Editions Europolitique)

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