Cuando cambian las reglas del juego
La expresión 'precio del dinero' no gusta demasiado entre algunos economistas pues, arguyen, los tipos de interés reflejan el valor temporal del dinero. El valor actual del dinero, su precio, sería el coste de las cosas para las que se utiliza. Conviene familiarizarse con esta expresión, pues el mercado ha entrado en una atribulada y volátil fase de obsesión con los tipos de interés.
Ayer, por ejemplo, las agencias de noticias señalaban con el dedo a los datos de precios de producción de China y Japón como los causantes de la notable caída de los mercados. El repentino interés por los costes industriales de Extremo Oriente es una de las pruebas de la nueva actitud de la Bolsa respecto a los tipos de interés. Otra prueba podría ser que, en realidad, los futuros sobre tipos de interés en Estados Unidos tampoco han subido tanto mientras la Bolsa bajaba, se daba la vuelta y volvía a caer supuestamente a causa de las expectativas de tipos. O que Deutsche Bank asegure que la Reserva Federal podría bajar los tipos... Todo eso pasa a segundo plano, porque eso que llamamos mercado está compuesto de humanos, y sus percepciones son subjetivas, del cristal con el que miren. Y el cristal ha cambiado.
Es difícil decir si ese mercado estaba equivocado hace 15 días, cuando nadie hablaba de tipos, u hoy, cuando no se habla de otra cosa. Lo cómodo es decir que el mercado no yerra nunca, aunque entonces de poco sirven los analistas. En realidad, el bolsista está viendo fantasmas del pasado: entre otoño de 1993 y otoño de 1994 los tipos de interés a largo plazo pasaron del 5% al 8%, lo que secó las rentabilidades de la Bolsa durante mucho tiempo.
Pero el dinero barato es la gasolina del ciclo bursátil. Las opas y fusiones se financian con crédito barato, el capital riesgo eclosiona porque hay dinero barato, al igual que los hedge funds. El escenario de tipos marca las reglas del juego, y por eso la percepción de un cambio de calado trastoca el juego por completo. Sólo así se explica, por ejemplo, que uno de los mercados mundiales que más reaccionó a las palabras del presidente del Banco Central Europeo fuese el parqué de Wellington, en Nueva Zelanda. Es difícil decir si el mercado está equivocado. Pero sí es cierto que, cuando la Bolsa empieza a hablar de tipos, tarda en callarse.