La polémica igualdad de las mujeres
Marisa Cruzado analiza la brecha que la Ley de Igualdad ha abierto en la sociedad y anima a las mujeres a no pedir perdón por sus logros profesionales y a que refuercen su autoestima
La filósofa y escritora Simone de Beauvoir defendía a principios del siglo XX: 'No quiero que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas'. Cuando esta feminista francesa murió a mediados de los años 80, seguramente estaba satisfecha por lo que se había conseguido pero era consciente de todo lo que quedaba por hacer. Hoy, la controvertida Ley de Igualdad ha vuelto a abrir en nuestro país el debate sobre la necesidad o no de cuotas para aumentar la presencia femenina en los estamentos de poder. Y me asaltan terribles dudas sobre si estaremos empezando la casa por el tejado, y no se nos acabará viniendo abajo en cuanto sople un poco el viento.
Como mujer y como profesional, soy consciente de lo difícil que es desenvolverse en un entorno que, todavía hoy, es masculino y en el que los cambios se producen lentamente. Hablar de cuotas, paridad o discriminación positiva, crea una imagen de colectivo con la que muchas mujeres no nos sentimos a gusto. En la entrega de la XV edición de los premios Fedepe (Federación Española de Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias), la presidenta de honor, Pilar Gómez Acebo, recordaba que las mujeres representan el 51% de la población y que lo lógico es que estemos representadas en esa misma proporción (es decir, la mitad), en todos y cada uno de los estamentos sociales. Claro que después, recordaba que en los 20 años que lleva trabajando la Federación, sólo se ha conseguido que las mujeres representen el 4% de los consejos de administración. Y este nimio porcentaje se repite machaconamente en el resto de los puestos directivos, tanto en la administración, como en la empresa. Y el problema, no se centra sólo en la representatividad: los salarios, en igual puesto de responsabilidad y competencia, son inferiores para las mujeres que para los hombres.
Con todo, me preocupa que nos estemos centrando en cambiar la forma, olvidándonos del fondo. Polémicas leyes, planes de conciliación y programas de igualdad son necesarias pero no suficientes. Son la forma pero no el fondo de un problema del que formamos parte hombres y mujeres. Sí. Nosotras tenemos gran parte de culpa en que el fondo siga igual. Quizá no es políticamente correcto reconocer que padecemos una falta de autoestima generalizada que nos hace adoptar siempre la posición de sufridoras. ¿Por qué si no, incluso cuando nos dan un premio entonamos una letanía de agradecimientos? A nuestra pareja por su ayuda y comprensión; a nuestros padres porque nos dieron tan buena educación como a nuestros hermanos; a nuestros colegas porque nos respetaron; a nuestros jefes porque creyeron en nosotras. Cuando un hombre recoge un premio por su trayectoria profesional, como mucho, lo hace extensivo a su equipo. Pero da por hecho que todo el mundo sabe que su pareja le apoya, sus padres le proporcionaron una buena educación y sus jefes y colegas le han acompañado en el proceso. Es más. Todo eso para un hombre, entra a forma parte del comportamiento normal de la pareja, los padres o los compañeros.
Creo que en eso, ellos tienen razón y nosotras nos equivocamos. Cuando se concede un premio al mejor directivo o directiva o a la trayectoria profesional, se hace en reconocimiento del trabajo desempeñado y eso, le pese a quién le pese, depende sólo de quién lo realiza. Está claro que en el camino no vamos solos, pero también que todos ponemos la parte que nos toca. De otra forma, da la impresión de que nos avergüenza recibir un premio que consideramos además, no merecer porque lo hemos conseguido gracias a los que nos rodean y no, a nuestro propio esfuerzo, desempeño y resultados. Sin contar con el alto precio que todavía pagamos las mujeres, asumiendo responsabilidades dentro y fuera de casa.
De nuevo, es políticamente incorrecto reconocer que aunque muchos hombres se han dado un barniz de modernidad y asumen responsabilidades son actividades que se pueden 'desatender' si el trabajo o el fútbol lo exigen. O, por supuesto, si la mujer considera que ella, puede hacerlo mejor.
De Beauvoir debía referirse a eso cuando hablaba de la importancia de que las mujeres tuvieran poder sobre sí mismas. Reforzar la autoestima y delegar son retos pendientes que debemos abordar porque serán el germen del verdadero cambio del fondo del problema. Así, seremos capaces de educar a nuestros hijos en igualdad; de repartir tareas domésticas entre los niños y las niñas desde pequeños y de alcanzar un equilibrio profesional y personal cuya falta está pasando factura a las mujeres, pero también a los hombres. Nosotras tenemos que dejar de dar siempre las gracias a todos y por todo y empezar a valorar en su justa medida, nuestra aportación profesional a la sociedad. Esto no supone seguir asumiendo el rol masculino como muchas mujeres se han visto obligadas a hacer para triunfar, sino defender nuestra esencia de mujer que completa la de los hombres. Claro que cuando en un entorno de negocio y en el marco de unos premios profesionales alguien, por supuesto un hombre, se permite la lindeza de felicitar a una galardonada y añadir: 'detrás de una gran mujer, siempre hay una gran asistenta', me planteo que quizá no baste con que las mujeres consigamos dejar de dar gracias, sino que los hombres empiecen a darlas.