Un Presupuesto polivalente
El proyecto de Presupuestos Generales del Estado y la Seguridad Social presentado ayer en el Congreso de los Diputados es el ejercicio de contabilidad pública más cómodo al que se ha enfrentado un Gobierno en España desde que hay democracia. De hecho, atiende a casi todas las aspiraciones razonables de los colectivos sociales y económicos enganchados a él, incluso las de quienes lo financian, y se permite el lujo que ofrecer un superávit del 0,9%, unos 9.000 millones de euros, encadenando ya tres ejercicios consecutivos de números negros.
Que el crecimiento económico se mueva en tasas superiores al 3,5%, y que el 3,2% previsto para 2007 será desbordado, es la mejor garantía de que las cuentas públicas no darán sorpresas desagradables. Si todo va bien, cabe esperar una desviación de los ingresos tributarios de otros 12.000 millones de euros, como ocurre este año, lo que es el mejor ejemplo del clima de exuberancia financiera en el que se desenvuelve el proyecto de Hacienda.
El vicepresidente Pedro Solbes aseguró ayer que eran los Presupuestos 'posibles con un margen de maniobra razonable, y que permiten al Gobierno cumplir de forma cómoda sus ambiciones políticas'. También admitió que se podía ir más allá en muchas cuestiones, como también se puede ir más allá en los calificativos para adjetivar el proyecto. Más allá de considerarlos políticamente electoralistas, recurso muy manido y muy subjetivo que se puede aplicar a nueve de cada diez proyectos hechos en España desde 1978, en términos económicos pueden valorarse con el eufemismo de procíclicos, o, llanamente, expansivos. Y esta calificación la soporta doblemente: por la vía del gasto, que crece al menos lo mismo que el PIB nominal, y por la vía de los ingresos, pues recoge una significativa rebaja de impuestos, a particulares y empresas, que a buen seguro echará más gasolina al consumo privado.
Pedro Solbes ha sido comisario de Finanzas de la Unión Europea. Y conociendo su gusto por el rigor financiero cuesta creer que no considerase este proyecto de Presupuestos cuando llegase a su despacho de Bruselas como poco ambicioso en materia de consolidación fiscal, poco esforzado en su función de enfriar una actividad económica que ha llevado a determinadas variables macroeconómicas más allá de lo razonable, como es el caso de los precios y el déficit corriente. Cuesta creer que no exigiese a una economía como la española un superávit muy superior al que ha rendido ayer en las Cortes.
Cierto es que, aunque el papel del Presupuesto del Estado que administra sólo el 20% del gasto público es limitado, moviliza determinadas partidas para incentivar actividades más directamente relacionadas con la mejora de la productividad, aunque en términos absolutos se trata de esfuerzos francamente modestos, y en políticas en las que conserva sólo directrices generales, como en la educación. En todo caso, cumple el requisito mínimo de neutralidad exigible a todo presupuesto público, puesto que no eleva su grado de interferencia en la actividad económica.