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Tribuna
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Promotores y siervos

Las bicicletas son para el verano, como aprendimos de Fernando Fernán Gómez, y las ciudades son para pasearlas. El uso del vehículo a motor ha trastornado la relación del ciudadano con la ciudad. La velocidad de desplazamiento altera la forma de mirar y la visión resultante. En su novela La lentitud, Milan Kundera escribe sobre la 'mecánica existencial' y apela a la experiencia que todos tenemos como viandantes, según la cual cuando al peatón le sobreviene un recuerdo doloroso acelera el paso para borrarlo mientras que si es placentero tiene tendencia a detenerse para saborearlo mejor. A partir de ahí explica nuestro autor cómo la velocidad es un específico que las gentes se administran en dosis masivas en busca de la amnesia precisa para sobrevivir a las adversidades.

Al volante de un automóvil la atención se concentra en las indicaciones viarias, en la señalización horizontal y vertical que exige preparar el movimiento que deba adoptarse al menos con dos jugadas de antelación como en el ajedrez. En definitiva, quien se encuentra a los mandos de un vehículo del que sólo desciende para acceder al edificio donde le aguarda su trabajo o sus gestiones termina alienado de la ciudad por la que así transita. De qué valen por ejemplo las placas adheridas a las fachadas donde se intenta recuperar la memoria de quienes habitaron la ciudad si son invisibles para la circulación rodada, además del peligro de colisión inminente que representaría distraer la atención de los conductores.

Se prescribe la necesidad de pasear para recuperar la escala humana, adquirir la perspectiva de las construcciones e imbuirse de las realidades urbanas. Ya no juegan los niños en las calles, a diferencia de lo que reflejaban todavía las maravillosas fotografías de Cas Oorthuys (véase el catálogo Madrid, mayo 1955 de la exposición presentada con ese mismo título por la Fundación Carlos de Amberes el año pasado). La Castellana dejó hace años de ser escenario de la infancia con cubos y palas y moldes como en las playas veraniegas, tampoco existe Gabino con su establecimiento de la calle Villamejor para alquiler de triciclos a quienes todavía eran incapaces de sostenerse en equilibrio sobre dos ruedas. Ni pasan a caballo por las calzadas laterales los alumnos de un picadero desaparecido más allá de los que llamaban altos del hipódromo. El pequeño comercio va desapareciendo a favor de las medianas y grandes superficies y hasta los bares se transforman en franquicias en perjuicio del carácter irrepetible impreso por el paso de los años.

Se prescribe la necesidad de pasear para recuperar la escala humana e imbuirse de las realidades urbanas

Así las cosas, el abajo firmante fue por unas horas paseante en Cortes con ocasión de una cita en la sede de la Comisión Europea en Madrid. En esa situación se produjo el descubrimiento del que se dará cuenta en las líneas que siguen. Es un monumento reciente situado a la altura del número 36-38 del paseo de la Castellana, delante del edificio que fue de la inmobiliaria Heron que alberga el que era tenido por mejor restaurante japonés de la villa. Para ubicarlo con más facilidad, baste decir que está un poco más delante de lo que fue Prensa Española, editora del diario Abc y antes de llegar al paso elevado que enlaza las calles de Eduardo Dato en el barrio de Chamberí y Juan Bravo en el barrio de Salamanca.

Es un extraño grupo escultórico con un desproporcionado pedestal en cuya dedicatoria bajo el título de Ad Jesum per Mariam puede leerse la siguiente inscripción: 'Peregrino de la vida, que te detienes ante este camino de santidad, recuerda que este monumento de homenaje a nuestra Madre y Señora la Virgen María y a su filial siervo Juan Pablo II, promovido por iniciativa de Julio Ariza, presidente del Grupo Intereconomía, y José María Rodríguez Pomata, presidente de Mutua Madrileña Automovilista, esculpido por Juan de Ávalos, ha sido sufragado por suscripción popular e inaugurado el 8 de diciembre de 2005, día de la Inmaculada Concepción'. En mi opinión, demasiada exhibición de promotores sin sentido para un caso de suscripción pública.

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