El terrario de los economistas
En un viejo chiste de economistas, un químico, un físico y un economista discuten sobre cómo abrir una lata sin herramientas en una isla desierta. Tras los planteamientos de sus colegas, el economista sentencia: 'Supongamos que tenemos un abrelatas'. El eterno irresoluble de la ciencia económica -suponiendo que exista- es la imposibilidad de contrastar las teorías no ya en el mundo real, sino en un laboratorio. Con lo que, muchas veces, se opta por la abstracción total, por la conversión del mundo en una ecuación.
Un modesto aliado de los economistas a la hora de analizar las decisiones de las personas ha surgido, sin embargo, lejos de las universidades. En los videojuegos. Concretamente, videojuegos vía internet en los que los usuarios adoptan roles virtuales en un mundo imaginario e interactúan unos con otros. Una especie de segunda vida en la que, como en la primera, existen bienes, existen recursos y se mueve dinero. Y es este el insospechado terrario en el que las variables son pocas y controladas. Porque en estos mundos imaginarios se dan episodios muy reales de hiperinflación, cuando las pócimas, escudos o propiedades de los jugadores se disparan de precio. O fluctúan los tipos de cambio entre monedas virtuales.
Ante estos vaivenes los administradores de algunos juegos dejan las cosas como están, mientras otros optan por meter y sacar dinero del videojuego -como banqueros centrales- y otros se van directamente a soluciones de economía planificada, controlando la oferta y la demanda. Opciones que ya resultan familiares al común de los mortales.
Puede que lo ocurrido en estos pequeños laboratorios no sirva de gran cosa a la hora de estudiar el comportamiento de las personas. Pero probablemente esta sea la primera y más importante lección. Si ni siquiera existe un mecanismo eficaz para saber cómo funcionan las cosas en un mundo de mentira, aspirar a predecir el comportamiento de la Bolsa a partir de modelos deterministas denota un optimismo digno de encomio.