Un respiro de la inflación
La alta tasa de inflación es, por sus consecuencias perversas, el nubarrón más oscuro en una economía española que disfruta del periodo expansivo continuado más largo que se recuerda. Esa es la principal razón por la que cualquier buena noticia en este campo debe ser recibida con los brazos abiertos. A pesar de seguir en un nivel extremadamente alto, la evolución de los precios en agosto se puede considerar positiva. La tasa de inflación general bajó tres décimas, del 4% al 3,7% (la armonizada pasó del 4% al 3,8%), el mejor dato desde diciembre de 2005, tras un crecimiento mensual de dos décimas, la mitad que el año pasado y el más moderado en agosto desde 2001.
La moderación de agosto se debe sobre todo a que la subida de los precios de los carburantes ha sido muy inferior a la del mismo mes de 2005 (el huracán Katrina disparó entonces el precio) y al buen comportamiento de algunos alimentos. Mientras, los servicios relacionados con las vacaciones, todos protegidos de la competencia, tiraban al alza.
El Gobierno considera que el dato de agosto puede ser un punto de inflexión y que la inflación seguirá bajando en los próximos meses. Es lo deseable. Porque en lo que va de año ya se ha acumulado un incremento de los precios del 1,9%, igual que en 2005 y al borde del 2% que fija como objetivo el BCE.
Lo malo es que la previsión oficial se condiciona a que se mantenga en los niveles actuales el precio del petróleo. De hecho, Economía calcula que más de la mitad de la inflación acumulada este año se debe al crecimiento del precio de los productos energéticos. Pero se trata precisamente del factor más coyuntural y menos controlable de la inflación. Además, es obvio que la evolución del IPC en las demás economías también se beneficia del recorte del crudo, con lo que el diferencial con la zona euro, ahora en punto y medio, se mantendrá.
Los precios se contuvieron en Francia en el 1,9% en agosto y en Alemania bajaron al 1,7% en tasa interanual. Una evolución de nuestros principales clientes que no suma competitividad a los productos españoles, y que dará que pensar al BCE sobre la conveniencia de la subida de tipos esperada para el 5 de octubre, en un momento en que la economía de la zona euro se está recuperando.
En clave española conviene no pecar de optimismo. La inflación subyacente, que excluye energía y alimentos frescos pero donde se encuentra el verdadero núcleo duro de los precios, es la que muestra su cara más seria. A pesar de haber bajado una décima, sigue en el 3%, una cota en la que lleva anclada medio año. Es decir, en términos de inflación estructural no hay, al menos por ahora, motivo para pensar en una moderación.
La elevada demanda interna, unida a una débil competencia en determinados sectores, especialmente el de servicios, ha dado lugar a la alta tasa de inflación que sigue siendo la losa más pesada en la economía española. El diferencial con los principales clientes ha originado una pérdida de competitividad de nuestra economía, como demuestra la alta tasa de crecimiento de las importaciones y la caída de las exportaciones. No hay una solución rápida, pero el diagnóstico se debe fijar menos en los componentes más volátiles y más en los precios de los servicios.