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Tribuna
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Repensar lo pensado

Cuando las vacaciones se agostaban hable otra vez con mi amigo Luis. æpermil;l andaba por su Asturias y yo por mi tierra andaluza: Günter Grass, los cayucos y sus desesperados pasajeros, la violencia de género, la familia, el Betis, la situación política, Líbano y mil asuntos más han sido tema habitual, al caer la tarde, de nuestras periódicas conversaciones de móvil a móvil. En la ultima le comenté el argumento de este artículo y, tan pesimista (o tan realista) como siempre, Luis me previno: 'No te equivoques. Todo seguirá igual.' A lo mejor tiene razón. Probablemente mi amigo es un optimista muy bien informado, como predica Saramago de sí mismo.

¿Sobre qué quiero reflexionar? Pues, partiendo de que, según Bertrand Russell, 'la última consecuencia de la civilización es su actitud para ocupar inteligentemente los ratos de ocio', pretendo bucear en algunas de las tareas que -sea cual fuere la estación del año- corresponde hacer a los directivos y a los hombres de empresa. Los cargos nos obligan, por muy altos que sean, al trabajo, a la disciplina, al ejemplo y a la responsabilidad. También en vacaciones, y mucho más cuando en septiembre volvemos relajados (?) al duro banco del quehacer diario.

Ostentar un cargo en los tiempos que corren, el que sea, es aceptar un honor, disfrutar de ventajas y glorias (que es lo que muchos buscan desesperadamente), y aceptar también un trabajo, comprometiéndonos a deberes inexcusables y a un esfuerzo, afrontando los problemas y peligros que de ello se deriven. Los directivos se deben a la empresa para la que trabajan; no son más que ella ni están -aunque algunos lo crean- por encima de la institución. Todos tienen la sagrada obligación y a todos les cabe la responsabilidad de velar por el porvenir de la empresa (y por una empresa con futuro), y por los que son y podrán ser sus accionistas, clientes, empleados y colaboradores.

Además de para gozar de la lectura (que es lo que he recomendado en un reciente artículo, Elogio del veraneo), disfrutar de familia y ocios y de cultivar el espíritu, las vacaciones tienen que servir al hombre de empresa/directivo para reflexionar. La reflexión, si es sincera, nos fortalece, acrecienta y aviva las fuerzas del espíritu y nos hace mejores; algunas veces nos reconcilia con nosotros mismos, y nos hace ser más flexibles y tolerantes, aunque para la tolerancia, como escribe Max Aub, no hay más escuela que la propia tolerancia.

El regreso al trabajo (y no es mal propósito) debería traernos algún compromiso responsable y hacedero. Por ejemplo, que sería estupendo poder dirigir y tomar decisiones en el sentido esencial de la historia, que es el del porvenir; y dejar atrás las urgencias diarias que nos hacen confundir el rábano con las hojas y no nos permiten distinguir lo importante de lo accesorio. Deberíamos darnos cuenta (y el recuerdo de la vida, más plácida, en vacaciones también sirve para apuntalar esta afirmación) de que la persona es definitivamente el centro del Universo, como ya se encargaron de recordar los clásicos y no hace tanto tiempo, en Porto Alegre (2002), Koffi Annan: 'Uno de los preceptos principales sobre los que tendremos que trabajar las Naciones Unidas en este siglo XXI es el de situar a las personas en el centro de todo lo que hacemos.' Dicho lo anterior, esta claro que el secretario general de la ONU, al que hay que suponer muy bien informado, es un optimista soñador.

Como seres humanos, y más como directivos que buscan competitividad, innovación y productividad para sus empresas, deberíamos esforzarnos por cumplir, según la famosa fórmula de Kant, con los tres principios del progreso: cultivarse, civilizarse y moralizarse. El filosofo alemán ya había dicho que 'el hombre sólo puede ser persona por la educación. æpermil;l no es más que lo que la educación hace de él'. Y esa sentencia, una hermosa reflexión, también puede aplicarse a la empresa, porque sin hombres y sin mujeres no hay institución, y viceversa.

En fin, que a la vuelta de vacaciones, si hemos tenido oportunidad de reflexionar sobre la fórmula para alcanzar la excelencia en nuestras empresas, mejor que el siempre pasajero éxito, deberíamos recordar aquello que, poniéndolo en boca de su álter ego Juan de Mairena, escribió Antonio Machado cuando hablaba de la enseñanza y se refería a lo que deberíamos hacer, y cuales eran las principales obligaciones: 'Repensar lo pensado, desaber lo sabido y dudar de la propia duda, que es el único modo de empezar a creer en algo'.

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