Fallece Ken Lay, condenado por la quiebra de Enron
Un jurado le declaró principal responsable del fraude y en octubre conocería la condena
Ken Lay, de 64 años, murió en la madrugada del miércoles en su casa de vacaciones en Aspen, Colorado. El presidente de Enron, un icono del fraude empresarial, fue condenado por seis delitos de fraude y conspiración en esta empresa en mayo. El 23 de octubre tenía cita para oír su condena.
El obituario de Ken Lay ha precedido a su condena. Lay y su sucesor Jeff Skilling fueron declarados culpables del fraude que acabó con el gigante de la energía Enron, y estaban a la espera de conocer a qué penas serían condenados. En el caso de Lay se esperaba que, al menos, estuviera 20 años en la cárcel, toda una vida para un hombre de 64 años. Un ataque al corazón, según informó ayer la portavoz de la familia, se lo llevó antes.
Lay deja una esposa, cinco hijos, 12 nietos y, según dijo recientemente, 250.000 dólares en deudas puesto que, según dijo, tras el juicio perdió todo con el derrumbe de Enron. También deja emborronada una reputación empresarial que le llevó a lo más alto y a lo más bajo.
Como presidente y creador de Enron, este hombre, hecho a sí mismo y que empezó vendiendo periódicos, estuvo al frente de una compañía con un modelo de negocio agresivo que todos querían imitar. 'Los chicos más inteligentes de la sala', un brillante documental de Alex Gibney, dejaba constancia cinematográfica de la admiración que despertaba esta rentable empresa y sus modernos ejecutivos. Su capitalización bursátil llegó a los 68.000 millones.
Lay, usó su influencia como empresario y amigo de la familia Bush para perfilar, junto con el presidente Dick Cheney, la propuesta de ley energética que presentó el Gobierno ante el Congreso. Los ecologistas pidieron a la Casa Blanca y a los Tribunales las actas de estas reuniones que reflejaban cuán cerca estaba la administración de las empresas, especialmente de Enron, pero nunca fueron concedidas.
Pero Kenny Boy, que era como le llamaba Bush cariñosamente, cayó en desgracia junto a su compañía, que suspendió pagos en diciembre de 2001. El fraude, orquestado a través de empresas interpuestas y agujeros legales, acabó con 5.000 empleos, las pensiones de los trabajadores (1.000 millones de dólares), reclamaciones de accionistas por 25.000 millones más y Arthur Andersen, su auditora.
EE UU vivió entonces una dura época de desconfianza empresarial que se quiso conjurar con una ley de Gobierno empresarial conocida como Sarbanes Oxley.
Pese a todos los hechos probados y su sentencia, Lay no reconoció su mano en el fraude y acusó a los especuladores y la prensa del fin de Enron.
Lay, hijo de un predicador de Missouri, vivía envejeciendo durante el juicio, negando los hechos y volviendo su cabeza a Dios. 'Creemos que Dios controla todas las cosas y realmente hace el bien para todos los que le aman', afirmó Lay en mayo.
Una vez desaparecido, es incierto lo que puede ocurrir en los juicios civiles que ha abierto el Gobierno para recuperar el dinero con el que se hizo fraudulentamente. Lay dijo que no tenía nada, pero se cree que ocultó más de 45 millones de dólares.