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Crónica de Manhattan
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La deuda o la virtud perdida

La moral puritana de quienes llegaron a lo que hoy es EE UU era muy estricta, entre otras cosas, con las deudas. Endeudarse estaba en contra del autocontrol practicado por estos píos protestantes. 'Quien toma prestado se convierte en esclavo del prestamista', afirmaba con dramatismo Benjamin Franklin (1706-1790), recogiendo la doctrina.

Esta perspectiva fue cambiando con el tiempo y, desde un punto de vista más práctico, el primer secretario del Tesoro (1789-1795), Alexander Hamilton, aseguró que una deuda nacional 'no excesiva, será una bendición para el país'. Hamilton veía el futuro en la industria, y entendió la bondad del crédito.

Desde entonces, las cosas se han desbocado. A todos los niveles.

Los consumidores, motor de la economía, están muy endeudados y su tasa de ahorro está en los mismos ratios negativos que durante la Gran Depresión.

El Estado no es menos. La semana pasada se supo que cada vez debe más a acreedores extranjeros. Recientes cifras de Comercio revelan que la deuda neta externa de EE UU era de 2,69 billones de dólares a finales del año pasado, un 14% más que en 2004.

Dependiendo de cómo se compute el valor de las inversiones directas, EE UU podría haber marcado el año pasado su vigésimo año consecutivo como deudor neto o el decimoséptimo.

A diferencia de muchos de los consumidores, que han acabado con su crédito, el Estado goza de buen cartel gracias a su crecimiento económico y a que los inversores obtienen altos rendimientos. China y Estados productores de petróleo compran bonos del Tesoro y creen que pueden seguir prestando su dinero a EE UU. Y siguen acumulando su deuda.

Así, es irónico que en Washington haya una preocupación, que cala bien popularmente, por controlar o vigilar las inversiones directas de extranjeros en ciertos sectores considerados claves cuando en buena medida es vital que China siga queriendo o pudiendo querer comprar su deuda.

Con todo, es mejor que Washington no se duerma en los laureles, porque el año pasado EE UU quedó en segundo puesto por detrás de Reino Unido en el ranking de inversión directa, y, por otro lado, el crecimiento se está moderando, eso sí, desde cotas muy altas.

El problema es que si otras economías ganan atractivo mientras la de EE UU la pierde, es de esperar que 'los prestamistas' den menos dinero y exijan la devolución de parte del suyo, lo que perjudicaría más el crecimiento. A su favor, Washington tiene que, siendo el motor de la economía mundial, este escenario no está en el interés de los prestamistas extranjeros.

John Kenneth Galbraith decía que cuando uno debe un millón a un banco, tiene un problema, pero cuando se deben mil millones, el que tiene el problema es el banco. El cauto Hamilton no reparó en ese matiz.

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