Un fraude llamado 419
La casualidad ha querido que el caso de los sellos haya coincidido en el tiempo con un artículo de la revista The New Yorker sobre las estafas masivas que sufren ahorradores estadounidenses a los que se les ofrece participar en extraños entramados financieros con base en Nigeria. La mecánica es sencilla; por correo electrónico o tradicional los potenciales estafados reciben una propuesta que les promete ganancias mareantes y, de algún modo, solicita dinero o información de antemano.
Como en la gran película El Golpe, el cebo para pedir dinero es prometer más dinero. Y nunca, o casi nunca, falla. El que tiene su origen en Nigeria está tan extendido que ha adoptado el nombre del artículo del código penal del país africano. Se le llama el fraude 419. En la estafa descrita por The New Yorker, se pide al contacto, residente en Estados Unidos, que adelante pagos para gastos como un lugar para almacenar el capital que supuestamente va a ser blanqueado. En otras ocasiones lo que se vende es supuesta deuda del Tesoro, lo que obligó en alguna ocasión al Gobierno de dicho país a pagar anuncios en prensa y aclarar las cosas.
Al final, sin embargo, sólo basta un poco de sentido común para despejar el panorama. Y el viejo refrán de los duros a cuatro pesetas es el mejor aliado que puede tener un ahorrador. Lamentablemente la codicia suele poder más que este sentido común, y de eso vive el fraude.
Por ejemplo, el caso de los fraudes 419 provocó el año pasado 55.000 quejas solamente en Estados Unidos. Sin tener en cuenta a los inversores que, comprensiblemente, no quieren añadir la vergüenza al desfalco de capitales. 55.000 personas que han respondido a mensajes de correo electrónico procedentes de un desconocido en Nigeria y que han estado dispuestas a confiarle sus ahorros a cambio de castillos en el aire.