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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Urge el acuerdo de cielos abiertos

EE UU sigue resistiéndose al acuerdo de cielos abiertos con la UE para liberalizar el espacio aéreo transatlántico. En tres años de negociaciones, la UE ha ido rebajando la ambición del proyecto y, aun así, Washington sigue sin dar el visto bueno a un nuevo marco para las relaciones transatlánticas en el sector aéreo. EE UU se escuda en razones de seguridad nacional para negarse a abrir su mercado a la inversión europea. Senadores estadounidenses, tanto republicanos como demócratas, siguen invocando además supuestas razones de servicio público para impedir que las aerolíneas europeas exploten comercialmente las oportunidades que sin duda existen en el espacio aéreo estadounidense.

Bruselas ha ofrecido todo tipo de garantías sobre el respeto a la soberanía nacional y al derecho de la Administración de EE UU a mantener el control político sobre un sector que, acertada o equivocadamente, considera estratégico. Incluso ha aceptado limitar al 25% el derecho de voto de los inversores comunitarios aunque su capital sea muy superior. La UE sólo pide que se deje a esos inversores, previsiblemente aerolíneas europeas, la posibilidad de asumir la dirección comercial de las estadounidenses donde arriesguen su capital.

Aun así, EE UU sigue planteando objeciones y la ratificación del acuerdo, prevista para junio, se ha aplazado ya a octubre. La proximidad a las elecciones para la renovación parcial del Congreso estadounidense no genera buenos augurios. El reciente veto a la compañía de Dubai que iba a hacerse con el control de varios puertos en EE UU tampoco alienta la esperanza.

La UE no debe permitir más dilaciones. Además de los intereses comerciales legítimos que defiende, está en juego la seguridad jurídica de su propio mercado. El Tribunal europeo anuló hace más de tres años los acuerdos bilaterales de cielos abiertos que varios socios comunitarios tienen con EE UU. Las compañías americanas, a las que benefician esos acuerdos, no tienen prisa por un pacto global. Pero la liberalización del mercado y la legalidad imponen esa nueva lógica, aunque EE UU prefiera un cielo europeo dividido.

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