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Tribuna
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Sin novedad en el frente europeo

La reciente cumbre de primavera de la UE ha avanzado poco en los objetivos propuestos en Lisboa para 2010, según el autor. En su opinión, Europa se mueve hacia mercados más abiertos, pero es precisamente esta orientación la que puede alejar el proceso europeo del proyecto político y social

Einstein decía que sólo los ingenuos hacen lo mismo y esperan resultados distintos. Pues eso parece estar pasando en la Unión Europea, cuyos dirigentes se empeñan, cumbre tras cumbre, en lanzar los mismos mensajes, reemprender las mismas estrategias y esperar que el proyecto europeo tome un nuevo rumbo. Desde la renombrada y paradójicamente olvidada Estrategia de Lisboa no se han vuelto a dar pasos en firme y, aunque muchos se empeñan en ver el vaso medio lleno, cada vez son menos los factores que invitan al optimismo. ¿Se ha volatilizado el fervor que existía en torno al referéndum europeo?

El pasado diciembre, el Consejo Europeo alcanzó un acuerdo para fijar las perspectivas financieras, zanjando por fin un debate que a punto estuvo de desquebrajar la unión presupuestaria. Resuelta esta cuestión más a regañadientes que por convicción, la asignatura pendiente volvía a ser la Constitución. El texto aparcado en su día tras el veto de Francia y Holanda parece que tendrá una segunda oportunidad en 2007 cuando dichos países renueven sus poderes presidenciales y legislativos. A partir de entonces y hasta 2009, fecha fijada para su supuesta entrada en vigor, el objetivo está claro: convencer a los ciudadanos de que el proyecto europeo les aportará algo más que beneficios nacionales. No en vano los principales problemas de la Unión Europea son la falta de identidad y de confianza. El presente de Europa sigue sin dar frutos concluyentes. No convence y, si se mantiene la estrategia de mínimos, el futuro no se vislumbrará mucho mejor.

Ortega decía que 'europeizar era modernizar y modernizar era cambiar', un pensamiento que sigue siendo válido no sólo para España sino para los 25 miembros de la UE. Porque gran parte de nuestros problemas son desafíos europeos y el bienestar futuro de los ciudadanos y ciudadanas europeos depende de lo que nosotros hagamos hoy. La cumbre europea celebrada los pasados 23 y 24 de marzo ha vuelto a tomar el pulso al compromiso de hacer de Europa la economía basada en el conocimiento más competitiva del mundo antes de 2010 pero, de nuevo, sin tirar de las orejas ni presentar soluciones para los países rezagados. Si en 2005, en el ecuador del camino, el balance revelaba un proceso incompleto y falto de equilibrio, un año después el diagnóstico sigue siendo el mismo.

La sensación de la reciente cumbre de primavera es que hay cohesión pero de fachada. Hay consenso político sobre los principales asuntos pero no se desciende al terreno de las propuestas concretas probablemente por el riesgo que supondría perder la unidad. Se han establecido compromisos globales como el de crear 2 millones de empleos anuales antes de 2010, pero sin repartir la responsabilidad entre los Estados miembros.

Los defensores del liberalismo como Reino Unido, Países Bajos y Suecia se siguen oponiendo al patriotismo económico que defienden países como Francia y, en esta cumbre, se han sentido satisfechos al ver que Europa se mueve hacia mercados más abiertos. Precisamente es esta clara orientación al mercado la que puede alejar el proceso europeo del proyecto político y social que auguraba encumbrar la competitividad propuesta en 2010.

¿Qué está pasando con el sueño de construir una Europa social? La respuesta es complicada porque, como tal, la meta sigue estando ahí pero las acciones van por otros derroteros. Los objetivos sociales han sido marginados en los programas nacionales de reforma; la competitividad se ha desvinculado de los objetivos de cohesión social y desarrollo sostenible; el ambicioso proyecto comunitario expuesto en Lisboa ha quedado reducido a una corta lista de prioridades centradas en el crecimiento y en la protección del empleo, y ni los Parlamentos ni la sociedad civil parecen estar involucrados. En suma, un panorama particularmente serio si tenemos en cuenta que la polarización de las diferentes fuerzas que operan en Europa es bastante elevada.

Estábamos convencidos de que lo social era tan rentable como necesario y ahora dicha premisa queda subordinada a los objetivos económicos. Estábamos decididos a luchar proactivamente contra la pobreza, la exclusión social y la discriminación y ahora nos conformamos con defender el empleo existente y proteger a quienes lo disfrutan acentuando con ello la desigualdad.

Está claro que la manera más rápida de adquirir la identidad y la determinación europeas es cosechando éxitos económicos. Sin embargo, tampoco podemos obviar la parte de desarrollo político y social. Europa no es sólo un gran mercado como se empeñan en hacernos ver. Es una entidad supranacional que persigue un modelo social de crecimiento que asegure un Estado de bienestar sostenible.

¿Cómo conseguirlo? Hasta hace bien poco, la fórmula ganadora era la de la determinación: teníamos que cambiar el chip de Estado próspero por el de Europa fuerte. Pero ahora lo que falta es imaginación y, por supuesto, liderazgo.

El plazo dado para el impasse de esta indolencia transitoria acaba en el primer semestre de 2007. Francia y Holanda habrán celebrado sus elecciones, Rumanía y Bulgaria habrán completado su proceso de integración y la canciller alemana Angela Merkel asumirá la presidencia de turno. Esperemos que el liderazgo de una mujer sea capaz de despertarnos por fin del letargo.

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