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Columna
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Primer paso de un difícil camino

Prudente alegría, contenido optimismo. Desgraciadamente no podemos llegar más lejos a tenor del anuncio de ETA. La banda terrorista ha decidido un alto el fuego permanente, remitiéndose en su comunicado a un vago proceso democrático de paz, con la retórica bien conocida del respeto al ámbito de decisión vasco. Independientemente de los muchos matices, sombras y dudas que este nuevo alto el fuego encierra, no cabe duda de que estamos ante una buena noticia. Entre tregua sí o tregua no, siempre será mejor que las armas callen a que hablen. Pero no podemos confiarnos. Al igual que en la fábula, no podemos terminar de fiarnos de un anuncio fallidamente reiterado en el pasado. Ya depositamos demasiadas esperanzas en otras treguas anteriores que al final terminaron en un fracaso rubricado con sangre.

Desde ese escepticismo, debemos analizar con suma prudencia las posibilidades que se abren. Primera pregunta que debemos hacernos. ¿Sigue ETA un guión previamente acordado o el anuncio responde a su libre iniciativa? Todo parece indicar que las partes siguen una especie de hoja de ruta más o menos determinada. Con alta probabilidad, el Gobierno esperaba este anuncio desde hacía tiempo. Era el principio del fin que el presidente del Gobierno había anticipado. A partir de ahora se pondrá en marcha un proceso que debe estar ya pactado en sus líneas generales y que terminará en el referéndum de aprobación del nuevo Estatuto vasco.

Si nos elevamos en el tiempo y la distancia podremos observar que se están produciendo en nuestro país unas reformas estatutarias y territoriales de extraordinaria importancia para el futuro. Si se consigue enderezarlo de forma razonable, el país habrá ganado en descentralización y eficacia. Si por el contrario no se acierta en el tono e intensidad de las reformas, todos terminaremos ganando en inestabilidad en el futuro.

Personalmente soy optimista. Estas cuestiones territoriales en el seno de los tradicionales Estados-nación ocurren en otros muchos países europeos, en lógica reacción a la titubeante construcción de una Europa supranacional, en la que la pervivencia de una banda terrorista supone un disparatado y cruel anacronismo inaceptable para la ciudadanía.

ETA cae porque está debilitada, pero sobre todo porque un alto porcentaje de la sociedad vasca está cansada de la violencia. Los terroristas saben que con cada nuevo atentado pierden apoyo popular. No les queda más remedio que negociar su finiquito, y parece que el Gobierno ha aceptado el reto.

Todos los mimbres se van trenzando. Primero, el Estatuto catalán. Con la aprobación del texto en el Congreso, sólo nos queda esperar la segura reválida de los ciudadanos catalanes. La misma ERC ya ha anunciado que le costará propugnar el no a un texto que objetivamente mejora los actuales niveles de competencia. Al final quedará un texto que no contentará a nadie, pero que satisfará a la mayoría, una vez que parece que ha conseguido el encaje constitucional. Con el frente catalán despejado, el Gobierno centrará su atención en el asunto vasco, toda vez que no es previsible que ni los Estatutos de Galicia ni Andalucía le produzcan mayores dolores de cabeza.

A dos años del final de la legislatura, el Ejecutivo deberá calibrar si esa compleja negociación es materia de este periodo, o si mejor será dejarlo para un hipotético futuro mandato. Salvo que tenga todo bien seguro y amarrado y con un resultado aceptable para la opinión pública española, el Gobierno intentará la jugada de la patada a seguir, intentando ganar tiempo. Los plazos de negociación y tramitación en el seno del Parlamento vasco tampoco permitirán finalizar el proceso en la presente legislatura.

Ha llegado la hora de la verdad y de la fineza política. Esta tregua no debe tener un coste político ni injuriar la memoria de las víctimas. Pero no cabe duda de que hay que avanzar hacia el fin de ETA y la definitiva normalización de la democracia española. Todos los partidos deben unirse en este trascendental momento, en el que se ofrece una nueva oportunidad para alcanzar un equilibrio perdurable. Y por supuesto que habrá vencedores. ¿Quiénes? Pues la paz, la democracia y la ley.

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