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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cuevas aquieta las aguas

José María Cuevas logró ayer que amaine la crisis desatada por él mismo hace una semana. La tormenta provocada por unas desafortunadas declaraciones, más políticas que empresariales, ha sido de tal calibre que ha puesto a la CEOE posiblemente más cerca de la ruptura que en ningún otro episodio vivido por el asociacionismo empresarial en 30 años de historia. Ayer, ante la firme exigencia de los empresarios catalanes de una rectificación en toda regla, José María Cuevas expresó sus disculpas a los empresarios vascos y catalanes que se hubiesen sentido ofendidos. Disculpas que fueron aceptadas de inmediato por las principales patronales vasca y catalana.

Una vez que las aguas vuelven al cauce del que nunca debieron salirse, los acontecimientos merecen alguna reflexión para que el error no aflore de nuevo. En primer lugar, que, como bien se encargó de recordar el propio Cuevas ayer al convertir la junta directiva en una moción de confianza sobre su cargo, el presidente de la patronal lo es de todos los empresarios, y viste ese uniforme en todos los actos públicos. Ser accionista de Endesa, de Gas Natural o de Eon es accesorio y privado. Su condición le obliga, por tanto, a una neutralidad exquisita en aquellas cuestiones que enfrentan a dos sectores, dos empresas o, simplemente, dos empresarios.

Además, como presidente de todas las patronales españolas debe promover el diálogo, la colaboración y la confianza como valores capitales para el desarrollo de los negocios y buscar en caso de conflicto el punto de equilibrio entre los intereses adversos. Cuevas ha sido reelegido presidente de la patronal porque ha ejercido este papel hasta ahora con innegable mano izquierda. Pero no puede romper el molde que él mismo ha proyectado porque una circunstancia concreta descoloque su particular visión de la realidad.

Por último, la relación entre política y economía parece inevitable. Pero los empresarios deben limitarla al mínimo imprescindible, especialmente en un periodo político no sobrado precisamente de sosiego.

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