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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un Estado con números negros

Las Administraciones públicas cerraron 2005 con números negros, tras 27 años de saldos en rojo, con un desequilibrio endémico que parecía una seña de identidad de la economía española. Es llamativo que sea precisamente envuelto en un shock petrolero, cuando el Estado se ha desprendido del lastre del desequilibrio financiero, precisamente el mismo fenómeno que en los setenta trajo a las cuentas públicas españolas el déficit. Hasta entonces, en un afán justificado y altruista para no poner más dificultades a la transición política, los Gobiernos escondían la realidad. Pero Fuentes Quintana dijo 'basta' en 1977 y dejó de encubrir una crisis energética que hasta entonces estaban soportando las arcas públicas para evitar que fuesen los ciudadanos, que estaban encajando un severo y desconocido ajuste industrial, los que pagasen la subida de los carburantes.

En 2005 el desempeño financiero de las Administraciones es el que deben tener con crecimientos como los que ha tenido España en los últimos años. Una demanda interna avanzando más del 9% en términos nominales y unos beneficios empresariales con sucesivos máximos históricos deben tener un correlato como el registrado para los ingresos públicos; aunque también da la impresión de que se podía haber logrado mayor ahorro público y que le habría venido bien a una economía a todas luces recalentada.

Pero la satisfacción por este superávit no debe impedir que administradores de hoy y del futuro aprendan algunas lecciones para que este retorno a los números negros no se quede en una anécdota. Debe interiorizarse en los idearios políticos que gastar menos de lo que se ingresa da margen de maniobra en caso de problemas financieros puntuales y proporciona más recursos al desarrollo de la actividad productiva, alimentando el círculo virtuoso del crecimiento. Y esto debe hacerse extensivo a aquellas Administraciones periféricas, deficitarias salvo destacadísimas excepciones, que consideran que la gestión política consiste sólo en gastar, sin mirar de dónde vienen los recursos.

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