El lobby ya no repara en gastos
El Willard es un gran hotel, elegante y caro, cercano a la Casa Blanca y al Congreso. A él se solía acercar el presidente Ulysses Grant (1869-1877) para relajarse con una copa de brandy en una mano y un puro en la otra. Pero no siempre lo conseguía. Con frecuencia alguien se le acercaba en el bar del lobby del hotel para pedirle favores. En Washington dicen que por eso se les llama lobbies a los grupos de presión.
De lo aparentemente casual de los orígenes de esta actividad se ha pasado a una fuerte industria en la capital que emplea a 27.765 lobbistas registrados que representan a 13.529 clientes ante congresistas, el gobierno y la opinión pública.
Son datos del primer semestre de 2005 compilados por PoliticalMoneyLine, una organización no partidista, y que recientemente ha hecho público un estudio en el que se muestra como en ese periodo las empresas, asociaciones y los bufetes se gastaron 1.164 millones de dólares, un récord, en actividades de lobby en Washington. Es un 8% más que en el semestre anterior, y en línea con el ritmo de crecimiento del 10% en el gasto en esta actividad desde 1999.
La sanidad ha sido, una vez más, el asunto por el que más dinero se ha movido seguido de las telecomunicaciones y los servicios financieros. No obstante la madre de todas las batallas de los lobbies en la temporada de la que se tienen los datos fue la reforma de las pensiones, un objetivo al que contribuyeron con fuertes sumas muchos lobbies y que ha convertido a uno de ellos, la AARP en el máximo gastador. Con 27,8 millones de dólares, esta organización, que representa a la tercera edad, luchó (con éxito) contra la reforma de las pensiones de Bush.
Ahora, todo este entramado contiene la respiración.
Aunque ésta es una actividad regulada, en enero, el lobbista Jack Abramoff admitió que más que persuasión había usado sobornos para favorecer la causa de sus clientes, los indios nativos americanos, a los que de paso, defraudó.
El caso Abramoff, uno de los mayores escándalos de Washington que puede llegar a afectar seriamente al presidente George Bush y ya ha puesto la credibilidad de los congresistas en cuestión. Como reacción, los propios congresistas (muchos de ellos se juegan el escaño en las elecciones de noviembre) han empezado a proponer leyes para regular más y prohibir algunas actividades de lobby como viajes pagados a legisladores o caras cuenta de restaurantes, entre otras cosas.
Las propuestas de ley se están discutiendo apasionadamente por más que los críticos crean que las que están sobre la mesa son insuficientes. Los que están más animados son los economistas que criticaban como el Congreso ampliaba los gastos del presupuesto con proyectos conocidos como pork que son los que tienen como intención favorecer a ciertos votantes o grupos de presión a cambio de apoyo político. Estos gastos, a veces indefendibles, han sido aprobados por la acción de los lobbies.
Pero ahora su actividad se ha enmudecido algo. Mientras que se aclara el aire, muchos legisladores han rebajado el contacto con los lobbies. The Washington Post dice que en los restaurantes de la capital ya ha caído esta clientela y que muchos lobbistas no saben qué hacer con las entradas de tribuna para eventos deportivos que ya tenían. Es posible que el bar del Hotel Willard sea estos días el sitio tranquilo que Grant buscaba.