La dependencia energética de Europa
Como ocurre con otras adicciones de riesgo, lo primero que debe hacer la Unión Europea para afrontar el problema energético es reconocer su peligrosa dependencia. Los últimos acontecimientos internacionales, desde la breve interrupción en el suministro de gas procedente de Rusia hasta la reivindicación del Gobierno boliviano de Evo Morales de sus reservas de gas natural, han puesto de manifiesto que Europa dispone cada vez de menos margen para influir en la oferta de los mercados energéticos.
Incluso su condición de cliente insaciable y buen pagador empieza a perder atractivo ante la aparición de nuevos adictos como China, con una gigantesca capacidad de absorción y unas ingentes reservas de divisas para convertirse en el mejor postor.
En esta tesitura, la UE empieza a plantearse la política energética como un ejercicio de introspección más que como una estrategia para la escena internacional. Bruselas explora las alternativas que existen dentro de los confines de los 25 socios para garantizar la fiabilidad del suministro. Y aunque no hay ninguna solución a corto plazo, aparecen tres hipótesis viables en el horizonte.
En primer lugar, la recuperación de dos fuentes de energía como el carbón y las centrales nucleares que parecían condenadas a desaparecer. En segundo lugar, la promoción de energías renovables, que en 2002 sólo aportaban el 3,5% de la electricidad consumida en los 25 países de la UE. Y, por último, la opción siempre pospuesta de racionalizar el consumo para reducir la dependencia.
Las dos primeras soluciones cuentan con adeptos entusiastas y enemigos irreconciliables, mientras que la tercera vegeta entre la indiferencia y la irresponsabilidad de la ciudadanía y las instituciones.
Ninguna de las tres opciones basta por sí sola para diluir los riesgos de suministro que afronta la UE. Pero los expertos señalan que la eficiencia energética y el reconocimiento de la energía como un recurso que no conviene despilfarrar ayudarán a Europa a sobrellevar la actual crisis energética. Y, sobre todo, las venideras.
Incluso EE UU, un país que a diferencia de la UE cuenta con importantísimas reservas de petróleo y gas, empieza a preconizar una racionalización del consumo. Y hasta el presidente, George Bush, que como buena parte de su equipo proviene de los consejos de administración de las petroleras, defendió la semana pasada la necesidad de 'superar la economía basada en el petróleo'.
La racionalización del consumo, sin embargo, parece todavía la opción más impopular, como en todos los hábitos fuertemente enraizados. No obstante, el énfasis en la eficiencia energética puede ganar partidarios si se aclara que gastar menos energía no supone renunciar a las comodidades que disfruta ahora el hogar medio europeo.
La mejora en los aislamientos o la modernización de los electrodomésticos contribuyeron el año pasado a que los hogares españoles ahorrasen un 2% de energía, según los datos del índice de eficiencia publicado por Unión Fenosa. El ahorro equivale a 27 millones de euros, pero según Fenosa la factura energética española podría reducirse en 939 millones de euros si las medidas de eficiencia se generalizasen en las viviendas.
El ahorro podría ser aún más descomunal en servicios (oficinas, superficies comerciales, etcétera), que en la economía de deslocalización de producción industrial se ha convertido en el sector con mayor crecimiento del consumo energético. El segundo lugar lo ocupa el transporte, donde el margen de reducción del consumo también es considerable.
La Comisión Europea calcula que hasta 2030 aumentará un 50% el número de kilómetros recorridos per cápita en la UE, mientras que el transporte por carretera aumentará en paralelo al incremento del PIB.
Bruselas ya está tomando medidas, empezando por el sector público, para impedir que esas tendencias disparen el consumo energético. En diciembre de 2005, la CE aprobó un proyecto de directiva que obligará a los organismos públicos y a las empresas concesionarias de transporte a cubrir el 25% de su flota con vehículos que cumplan las normas comunitarias más estrictas sobre medio ambiente. Un primer paso para sanear los 35.000 camiones y 17.000 autobuses que poseen las Administraciones públicas europeas, y que después podría extenderse a sus casi 220.000 automóviles.
La UE cuenta también con normas sobre eficiencia energética para edificios y Bruselas no descarta su endurecimiento en un futuro próximo.
Estas medidas sobre la demanda, sin embargo, sólo darán fruto a largo plazo y necesitarán el complemento de intervenciones en el área de generación y suministro. El sector husmea tiempos de cambio y vive una reordenación empresarial en toda Europa, con los antiguos monopolios públicos intentando tomar posición. La semana pasada surgían rumores de una posible opa sobre el operador británico Centrica por parte del gigante estatal ruso Gazprom. Y el viernes, en España, el Gobierno aprobaba la opa de Gas Natural sobre Endesa para crear un gran conglomerado energético nacional.
Pero la convulsión afecta también a las fuentes de energía. Las vetas de carbón y la fisión nuclear, que no encajaban con la agenda medioambiental europea, se presentan ahora como posibles alternativas.
Durante la próxima década, el 40% de las turbinas eléctricas que salgan al mercado mundial utilizarán el carbón como fuente de energía, según los datos de los grandes fabricantes del sector (Alstom, Siemens y General Electric) recogidos por Financial Times. El gas, que hace cinco años alimentaba hasta el 70% de las nuevas centrales, bajará al 20%-30%.
Los defensores de las centrales nucleares anhelan un revival similar al del carbón. Francia, cuya generación eléctrica procede en un 54% esa fuente de energía, ha aprovechado los recientes desencuentros con Moscú para instar a la UE a incluir la energía atómica entre las respuestas a los problemas de suministro.
Europa está tan inquieta por la fragilidad del suministro que ni siquiera la energía nuclear es ya un tabú en el debate. Aún así, tampoco ese recurso, que sólo se utiliza para generar electricidad, bastaría para solventar el problema.
Lo cierto, por el momento, es que la dependencia energética (48% en la UE y 78,3% en España) amenaza la sostenibilidad de la mayor concentración de riqueza del planeta que es Europa. En un continente sin apenas materias primas, las multinacionales europeas dominan extraterritorialmente mercados como el del litio o el cacao, el café o los diamantes. Europa puede perder ese control sin ver peligrar su modelo de vida. Pero la energía resulta imprescindible para mantener en marcha la maquinaria económica de los Veinticinco.