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Crónica de Manhattan

La culpa es de Katrina

Gracias a los buenos resultados empresariales, diciembre no fue un mes de números rojos para el Gobierno federal. Por primera vez en tres años se registró un superávit presupuestario mensual de 10.980 millones de dólares, una cifra alimentada por los ingresos, en su mayoría provenientes del impuesto de sociedades, que se han elevado un 12,1%. Mientras, los gastos del Estado han crecido a un ritmo elevado pero menor, el 5,6%.

Son cifras que alegran a quienes abogaron por los recortes fiscales en la primera legislatura, los defensores de la teoría de la supply side, que sostienen que las rebajas fiscales terminan compensándose a sí mismas al estimular a la economía. Además, EE UU crece con la inflación bien contenida y genera empleo, titulares suficientes como para estar satisfecho si no se plantean consideraciones como la calidad del nuevo trabajo o el progresivo agotamiento del motor económico, el consumo y el mercado de la vivienda.

George Bush es uno de los entusiastas de la teoría de la supply side y lleva semanas alabando la marcha del país y defendiendo que los recortes fiscales temporales de la primera legislatura deben ser permanentes.

Con esa idea, el 6 de febrero presentará ante el Congreso sus planes presupuestarios para 2007. Será entonces cuando por primera vez la Casa Blanca haga proyecciones de lo que cuesta hacer permanente la política fiscal de estímulo económico adoptada tras la recesión de 2001, ya que las propuestas presupuestarias presidenciales deben incluir estimaciones a cinco años. Como los actuales recortes acaban entre 2009 y 2010, el año siguiente, 2011, será el primero en el que se sentiría el impacto de estos recortes si se hacen permanentes.

Los economistas calculan que el coste de este estímulo fiscal indefinido podría ampliar el déficit 120.000 millones más en 2011. No obstante, también admiten que esta cifra se puede rebajar sobre el papel con asunciones como la de un mayor crecimiento. En el Congreso aún no hay acuerdo sobre si aprobar los recortes fiscales, pero cabe esperar que, además de fijarse en el discurso triunfal, las cifras del Tesoro de diciembre y de lo que depare el futuro incierto, también consideren otra de las cifras que debe presentar el proyecto de Bush: el déficit de 2006. Según las estimaciones que la Casa Blanca hizo el pasado jueves, éste excederá de 400.000 millones de dólares. La cifra es sustancialmente mayor a los 341.000 millones estimados en julio.

Esta revisión al alza es parcialmente atribuible al incremento de los gastos a los que tendrá que hacer frente el Gobierno para reconstruir lo que devastó el huracán Katrina en el golfo. En 2005, el déficit fue de 319.000 millones, y con este retroceso, el objetivo de dejar los números rojos en 260.000 millones en 2009, como prometió Bush antes de ser reelegido en 2004, resulta difícilmente alcanzable.

La culpa es de Katrina. Otro año (no muy lejano) será de los baby boomers y sus pensiones o la factura que dejan por el servicio de sanidad federal. El caso es que salir de tamaño agujero es difícil y cualquier cosa derriba las previsiones de reconstruir las cuentas, lo que deja poco margen para extraordinarios (algo que ahora debe tranquilizar a los pacifistas, que miran con preocupación a Irán). Eso lo sufrió el ex presidente George H. W. Bush, que tuvo que subir los impuestos que Ronald Reagan bajó abrazando la teoría a la que hoy se aferra su hijo.

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