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CincoSentidos

Vacaciones en los bosques gigantes

Entre Silesia y Bohemia, los Sudetes fueron cantera de melodías navideñas y ahora son escenario para ocio y deporte

La cordillera de los Sudetes engloba varios sistemas montañosos, entre ellos los llamados Montes Gigantes. El nombre (Karkonosze en polaco, Krkonose en checo) tiene algo que ver con el Gigante de la Montaña, alias Krakonos (en checo), Rybecal (en polaco) o Rübezahl (en alemán). Fue precisamente un alemán de Silesia, el novelista y premio Nobel Carl Hauptman, quien se ocupó de recopilar en un libro definitivo (Rübezahlbuch, 1925) las leyendas y tradiciones extendidas por toda la región y que se remontan a la época medieval. El Genio de la montaña es bueno o malo, según con quien.

Eso tiene su explicación. En los primeros mapas de la zona, y hasta el siglo XVI, aparecen todas aquellas montañas en blanco, como una terra incognita, con una sola leyenda: 'el reino de Rübezahl'. Se consideraba al mítico gigante un señor feudal de carne y hueso, temible y peligroso, y sus dominios, un lugar secreto, a evitar a toda costa. Había gente interesada en fomentar ese temor y mantener alejados a los curiosos. Concretamente había tres grupos que explotaban la montañas, desde los tiempos más remotos.

Ante todo, los buscadores de oro, que algo encontraron, pero dieron con un hallazgo mejor: piedras preciosas y semipreciosas, amatistas, cristal de roca, cuarzo rosa y un sinfín de minerales; es el territorio más rico en minerales del corazón de Europa.

Otro grupo interesado en el secretismo eran los laborantes, yerbateros o farmacéuticos de la época. Y estaban finalmente los fabricantes de cristal fino, que gracias al cuarzo tan abundante elaboraban piezas apreciadas en el mundo con la etiqueta de 'cristal de Bohemia'. El Gigante o Genio de la montaña tenía la misión de espantar y castigar a los intrusos que iban a robar estos secretos, pero también la de ayudar a los buenos cristianos que andaban extraviados por la nieve.

Lo mejor de estos Montes Gigantes está protegido ahora, no por un genio, sino por la figura legal de Parque Nacional, el más antiguo de Polonia. Los dos accesos principales corresponden a los dos pueblos más importantes del piedemonte, volcados ahora de manera intensiva al turismo. En Sklarska Poreba, a pocos metros de la entrada, puede verse la cascada Szklarka, en un entorno salvaje de cuento. A la salida del pueblo se pueden practicar deportes de riesgo (escalada, montañismo, etc.). La estación de esquí más concurrida es la de Jakuszyce.

Otra de las entradas principales está en Karpacz. Una calzada adoquinada de trece kilómetros asciende hasta el pico Snielzka, el más alto (1.602 metros), en cuya cima, casi siempre anegada por la niebla y azotada por el viento, hay un refugio y un observatorio. A medio camino, se pueden ver dos preciosos lagos glaciares, llamados Ojos del mar, junto a los cuales se halla el refugio más antiguo de Polonia, Samotnia, cuyo origen se remonta al siglo XVIII.

Abajo, en el pueblo, está la meta donde siempre finaliza la vuelta ciclista a Polonia, y abundan los restaurantes y puestos de productos típicos: aparte de las prendas de lana, lo más solicitado son las tallas de madera; y el número uno en ventas es, naturalmente, la figura de Rübezahl, el viejo de barba blanca cuyo humor sólo depende de tus intenciones.

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