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Tribuna
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El despegue de Alemania

La constitución del nuevo Gobierno alemán puede significar el final de la parálisis que ha tenido atenazada a la economía y a la política alemanas los dos últimos años, como consecuencia de la incapacidad del canciller saliente, Gerhard Schröder, para allegar el acuerdo necesario a su proyecto de reformas. Los dos grandes partidos alemanes, el socialista y el democristiano, se han visto obligados a pactar un programa común que, con todas sus limitaciones, permitirá un despegue suave de la propia acción de gobierno, lo que redundará en beneficio del desenvolvimiento económico del país.

Desde el pasado mes de septiembre en que se celebraron las elecciones anticipadas, que dieron como resultado un empate entre democristianos y socialistas, ha habido una larga negociación entre ambos grupos para alumbrar finalmente un proyecto que para algunos es poco ambicioso en materia económica y sí lo es más en materia política, con la inclusión del propósito de limitar el federalismo para reforzar la capacidad de decisión del Gobierno federal. En cuanto a las políticas sociales, cuya reforma fue el detonante de la crisis, se ha optado por medidas más pausadas, aunque se contempla el alargamiento de la jubilación a los 67 años.

La política fiscal, muy controvertida por unos y otros, no va a ser objeto de grandes cambios, salvo la pretendida subida del IVA en tres puntos, posponiendo otros aspectos como la disminución del impuesto de sociedades. Esto último obligará a un esfuerzo en el seno de la UE para lograr acuerdos que limiten el fenómeno de la deslocalización, que está produciendo verdadero canibalismo fiscal entre los países socios.

Como se puede constatar, es un programa de mínimos para hacer posible la coalición de los dos partidos y también para dar una oportunidad a la nueva canciller, Angela Merkel, que lógicamente deseará afirmar su liderazgo para, en su momento, aspirar a gobernar en solitario. Esto último puede explicar las concesiones de los democristianos con el fin de tener la oportunidad de dirigir el Gobierno en un momento en que sus oponentes socialistas están aquejados de una grave crisis ideológica que no se va a resolver en poco tiempo.

Por su parte, la sociedad alemana, consciente de las dificultades, viene incrementando ininterrumpidamente sus tasas de ahorro, aunque sea a costa de un menor consumo, como medida de previsión y de fortalecimiento ante el futuro. Si a ello se une un crecimiento significativo de la producción industrial, más del 3% el último trimestre, y un incremento del producto bruto en cerca de un 2,5%, es posible prever una reanimación económica que será de gran ayuda para el nuevo Gobierno.

Es verdad que ha habido ocasiones anteriores en que un crecimiento económico análogo ha sido yugulado en poco tiempo; pero también es cierto que el mantenimiento de los tipos de interés bajos y la ejecución de políticas que no creen desazón e incertidumbre social, como parece ser el caso, podrían desbloquear para bien el funcionamiento de la maquinaria alemana, después de tanto tiempo de espera y de inquietud. Ojalá se pueda apuntar ese activo la nueva canciller, más allá de preferencias ideológicas.

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