_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La furia francesa y el modelo de Europa

Ángel Ubide

Los disturbios franceses han puesto de manifiesto la utopía y la insostenibilidad del modelo social europeo, según el autor. En su opinión, Europa debe afrontar el reto de aumentar su crecimiento potencial, liberalizando drásticamente el sector servicios y reformando el Estado de bienestar para mejorar el sistema de incentivos

Francia está revuelta. Los disturbios de las últimas semanas revelan un clima de crispación en ciertos sectores de la población que ha provocado una nueva oleada de evaluaciones críticas sobre el mal que aqueja a Francia y a Europa. La historia recordará 2005 como un annus horribilis para Europa, caracterizado por el flojo crecimiento económico, el abandono de políticas de reforma estructural claves como la directiva de servicios, el rechazo en el referéndum constitucional, las dificultades electorales del pueblo alemán y los disturbios franceses. Europa parece estar sufriendo una fuerte crisis de identidad, de la que no parece encontrar manera de salir.

Los eventos franceses han llevado a un análisis de las políticas de inmigración en los distintos países, pero el problema es más profundo. Al igual que en los otros fracasos del año, la revuelta francesa revela un profundo descontento con una sociedad que no ofrece ni un presente brillante ni un futuro claro. La clave del problema es el fracaso económico. Francia, con un desempleo cercano al 10%, y con tasas de paro cercanas al 20% en muchos de los barrios periféricos, no es capaz de crear suficientes empleos para satisfacer a sus ciudadanos.

En este mundo caracterizado por el rápido avance tecnológico y la globalización, el Estado de bienestar tiene que proteger a los trabajadores, no a los empleos

La discusión sobre la identidad europea es en cierta medida superflua: la Unión Europea se creo como una zona económica que, además de evitar las guerras entre los aliados europeos, serviría para aumentar el bienestar económico de todos sus ciudadanos. La identidad europea tiene que basarse, por tanto, en el éxito económico. Sólo así se puede luego pasar a hablar de identidad política y del futuro de Europa como entidad supranacional.

En este contexto, es irónico que sea Francia la que esté sufriendo ahora estos disturbios. Porque hace tan sólo unos meses era precisamente Francia la gran defensora del modelo social europeo, acusando a las propuestas de Tony Blair de querer reducir a la Unión Europea a una zona económica de libre comercio. Los disturbios franceses han puesto de manifiesto la utopía y la insostenibilidad del modelo social europeo tal y como se entiende en Francia.

El Estado del bienestar europeo -europeo en el sentido continental del centro y sur, ya que tanto los países de más al norte como Gran Bretaña tienen un modelo diferente- se basa en la protección del empleo, no del trabajador. Y ésta es una diferencia fundamental. Al proteger el empleo, a base de restricciones legales al despido, se crea un sistema donde los insiders -los que tienen empleo- están protegidos, pero los outsiders -los parados- tienen pocas perspectivas de encontrar empleo. Esto disminuye la creación de empleo -al ser difícil despedirlos las empresas dudan más en contratarlos- y favorece la creación de parados de larga duración, que resultan difícilmente reempleables. Si se combina este esquema con una economía globalizada caracteriza por un alto nivel de inmigración, el resultado es predecible: insiders que se lamentan ante la llegada de trabajadores extranjeros más baratos -el famoso fontanero polaco- y zonas marginadas de alto desempleo y futuro poco prometedor.

En este mundo caracterizado por el rápido avance tecnológico y la globalización, el Estado del bienestar tiene que proteger a los trabajadores, no a los empleos. El dinamismo del sector empresarial requiere pocas restricciones al despido -para favorecer la destrucción creativa, la clave del aumento del output potencial- combinadas con un fuerte apoyo a los trabajadores en paro, tanto financiero como educativo, y un sistema de incentivos que conduzca a la búsqueda continua de empleo, a base de impuestos negativos para los salarios bajos, en lugar de salarios mínimos altos.

A pesar de sus problemas, el modelo continental sería tolerable si se pudiera financiar. Pero la caída del crecimiento potencial europeo -otra señal del fracaso económico europeo- y el negativo perfil demográfico sugieren que el modelo social europeo, si no mejora el crecimiento, está abocado al fracaso. No es por tanto un dilema entre una Europa económica y una Europa social, si no hay Europa económica no podrá haber Europa social.

La política de inmigración es importante, y hay varios modelos alternativos, pero si Europa no consigue desarrollar un modelo de crecimiento alto y sostenible mi sospecha es que todos los modelos acabarán en el fracaso. De manera similar, la política exterior europea, fundamentada en ofrecer a los países el incentivo de incorporarse un día a la Unión Europea, acabará no teniendo mucho que ofrecer -no está pasando inadvertido el hecho de que algunos de los países del Este se estén replanteando las bondades de entrar en la unión monetaria-.

Europa debe afrontar de manera decidida el reto de aumentar su crecimiento potencial, liberalizando de manera drástica el sector servicios y reformando el Estado del bienestar para mejorar el sistema de incentivos y reconducirlo a la senda de la solvencia. El mensaje francés es muy claro.

Archivado En

_
_